Hay
exposiciones que me atrapan ya desde el título. Así me ha sucedido con la
muestra organizada por el Museo Lázaro Galdiano en torno a tres pintores que,
llevados por el más puro espíritu del Romanticismo decimonónico, lanzaron sobre
el paisaje una mirada cargada de subjetividad y emoción. Estos «visionarios
románticos» son un español, Eugenio Lucas Velázquez, y dos
noruegos, Peder Balke y Lars Hertervig. Según pude leer en los carteles
informativos, el Museo Lázaro Galdiano posee la mayor colección de obras del
primero; en cuanto a la inclusión de los segundos en la muestra, no es extraña,
dada la fuerte vinculación del fundador de la colección con la cultura noruega.
Visionarios
románticos es una exposición
pequeña (ocupa una sola sala) pero que ofrece mucho más de lo que sus reducidas
dimensiones hacen presagiar. En primer lugar, porque los cuadros están
dispuestos a la manera de los museos clásicos, con una notoria acumulación en
cada una de las paredes; en segundo lugar, porque las obras seleccionadas son
de una belleza y una capacidad de sugerencia tal que atrapan al que ingresa en
ese espacio íntimo y cargado de resonancias. Me habría costado mucho elegir las
piezas que componen esta reseña de no ser porque me he dejado llevar por la
atracción inmediata que me causaron tres de ellas: nada como la impulsividad
para hablar de estos pintores intensos, misteriosos, fascinantes.
Faro
en la niebla es una de las hermosas
pinturas de Peder Balke en las que se otorga al color blanco un lugar de
excepción. Las cartelas informan del profundo impacto que los paisajes árticos
causaron en la sensibilidad de este artista; desde mi absolutos desconocimiento
y osadía, me atrevo a aventurar que Balke ya llevaba el más sutil de los
colores en su interior y que su encuentro con las latitudes altas no hizo más
que sacarlo a la luz. Este cuadro que llamó mi atención como un imán y que me tuvo
un buen rato clavada frente a él presenta el contraste entre dos realidades: el
océano turbio y agitado del primer plano frente al faro encaramado en la roca,
pálido y purísimo. El brazo de la niebla nos escamotea el espacio intermedio
entre ambos planos, el tránsito del color a la blancura, de lo detallista a lo
estilizado, de lo real a lo imaginario. Faro en la niebla me parece por
ello una especie de portal de acceso a la personal visión del artista, a su
capacidad de transformar y reinventar la realidad, de tomar el paisaje
circundante como medio para hacer aflorar su propio interior.
Los
cuadros que me dispongo a comentar se entienden mejor juntos y de hecho están
expuestos en el mismo tramo de pared, uno encima del otro, en un estrecho
diálogo que los enriquece. Bosque primitivo es uno de los estudios sobre
árboles realizados por Lars Hertervig en los que se aprecia una doble captación
de los detalles del natural y del alma de las criaturas vegetales. Estamos ante
un espacio primigenio, preexistente a la acción humana, poblado por ancianos
venerables, que se yerguen en torno a una corriente de agua. Dos líneas
transversales rompen el orden y la verticalidad: la rama que se tiende por
encima del río, como trazando un puente en busca de sus congéneres de la otra
orilla, y el tronco derribado que deja a la vista sus poderosas raíces. Lo
inmutable y eterno frente a lo pasajero, lo caduco, lo que llega a su fin. Creemos
sentir el dolor del coloso caído, que a estas alturas ha dejado de parecernos
un árbol.
La
mirada de Eugenio Lucas Velázquez es la más abstracta y contemporánea de los
tres pintores expuestos. Las cartelas informan sobre la influencia que ejerció
Goya sobre este artista, influencia que resulta evidente en la soltura de sus
pinceladas y en la creación de un mundo sombrío e inquietante, en el que se
atisban presencias fantasmales. Paisaje con árboles muertos es un cuadro
pintado a mediados del XIX que se adelanta unas cuantas décadas a la evolución
de la pintura para situarse a pocos pasos de la abstracción. Del gigante caído
de Hetervig pasamos a unas sobrecogedoras ramas que se despliegan frente a
nosotros en una manifestación de angustia, en una llamada de auxilio. Podemos
contemplar largamente este cuadro y descubrir laderas de montañas, vegetación
agreste, un bosque lejano, una masa de agua; podemos, incluso, encontrarnos a
nosotros mismos. Más que nunca, de la mano de este pintor vigoroso y osado, el
paisaje se transforma en un estado de ánimo.
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