CUADROS RECUPERADOS (y XXV): SENDEROS
La
pintora estadounidense Romaine Brooks (1874-1970) nos traslada a un mundo alejado
de la realidad en su cuadro Mujer con flores. Un personaje femenino
misterioso parece extender la primavera a su paso por un paisaje de cuento. Su
manto negro se extiende tras ella, como un río oscuro del que brota la vida. Un
camino sinuoso que se escapa de la vista del espectador, un árbol delicadamente
perfilado y un cervatillo blanco que huye son los otros elementos presentes en
un ámbito casi abstracto, profundamente verde. A los pies de la mujer, unas
flores blancas brotan del suelo. Ella las mira con asombro. ¿Es posible que el
suelo pueda producir belleza, al margen de las flores que se desprenden
mágicamente de su manto…? Como todos los
cuadros que no se terminan de comprender, nunca se termina de verlo del todo.
(Los cuadros de junio. 2011)
Este
sugerente paisaje nocturno es obra de la artista británica Sonia Stanyard y lleva
el descriptivo título de Juncos 3, pasarela. Los cuadros de
esta autora presentan una curiosa mezcla entre un realismo casi fotográfico en
lo que se refiere a la técnica y la búsqueda del extrañamiento en el contenido;
sus puntos de vista y los detalles elegidos como centro de atención son
insólitos y crean en el que los contempla una cierta inquietud. Esta pasarela
cuya función se nos escapa, rodeada por una tupida cortina de juncos encargados
de ocultarla a ojos extraños, nos parece un escenario vedado en el que hemos
conseguido introducirnos por un incomprensible azar. Casi sentimos que estamos
violando un territorio prohibido y solitario, envuelto en un profundo silencio
desde quién sabe cuándo. La armonía de azules que domina la escena produce un
efecto placentero. Uno podría permanecer un tiempo indefinido en este punto,
bajo el cielo estrellado, inmerso en una absoluta paz. Pero la superficie
húmeda y brillante de la pasarela reclama nuestra atención y nos parece
inevitable avanzar por ella. ¿Adónde conducirá este sendero misterioso? El
brusco ángulo que a lo lejos tuerce hacia la izquierda y se intrinca en la
espesura pesa sobre nosotros como una sorda ―y a la vez atrayente―
incertidumbre.
(Los cuadros de junio. 2019)
El
pintor ruso Isaac Ilyich Levitan alcanzó en su breve carrera (murió antes de
cumplir los cuarenta) una altura técnica portentosa y es autor de paisajes
bellísimos, llenos de lirismo. En este Día de otoño pintado a
la temprana edad de diecinueve años, Levitan parte del clásico recurso del
camino que se abre ante el espectador y lo invita a introducirse con la
imaginación en el paisaje desplegado frente a él. En mi caso, la invitación
surte efecto: son muy fuertes las ganas de dar ese salto ilusorio que me haría
avanzar por el sendero cubierto de hojas secas, al encuentro de la mujer vestida
de negro que se acerca sumida en sus pensamientos. No es necesario insistir en
la armonía de los colores, en el delicado trazo de las hojas de los árboles, en
la sobrecogedora belleza del cielo, creado a base de pinceladas vigorosas. Y,
sobre todo, en el misterio del paisaje que se difumina a lo lejos, en ese punto
en que el camino traza una curva y se pierde de vista, adentrándose en lo
desconocido.
(Los cuadros de octubre. 2013)
Cuando
alguien se enamora de un libro, se inicia un proceso de inmersión que salpica
con frecuencia a las personas cercanas. Así me ha sucedido con Las
viejas sendas, del escritor británico Robert MacFarlane, obra dedicada al
hermoso acto de caminar y a la relación que por medio de él establecemos con el
paisaje. Los senderos son, como no podía ser de otra manera, un elemento
esencial de dicha reflexión. Pero mi intención al escribir estas líneas es
hablar de pintura y precisamente a ese tema vuelvo, porque fue un apasionado
lector de la obra de MacFarlane quien a través de sus páginas conoció al
artista que traigo hoy a esta sección y compartió conmigo su entusiasmo ante
dicho descubrimiento. Se trata del también británico Eric Ravilious, pintor e
ilustrador, incansable recreador de los paisajes del sureste de Inglaterra. Con
mucha frecuencia, sus obras recogen el complejo trazado de los caminos que
atraviesan valles y lomas o se centran, como en este caso, en el misterio de un
sendero que parece invitar al que lo contempla a emprender una
caminata. Tarde lluviosa es el título de esta acuarela delicada y
sugerente, con un cierto toque de ingenuidad. El paseante que sigue un camino
de curvas envolventes no parece afectado por las ráfagas de lluvia ni por el
ambiente invernal en el que los árboles muestran sus ramas desnudas. Todo es
tranquilizador en esta escena: los preciosos árboles de hojas pintadas con
infantil esmero, la sorprendente claridad que se cuela por entre los
nubarrones. El más apacible de los chubascos parece cernirse sobre este campo
encantador, hecho para el tránsito humano y para el disfrute de los andariegos.
(Los cuadros de diciembre. 2018)
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