Tengo
un buen número de libretas viejas que no me decido a tirar. Varias de ellas son
regalos de amigos (los cercanos a mí saben de mi amor por los cuadernos) y con
frecuencia presentan en sus portadas encantadoras imágenes, reproducciones de
cuadros, ilustraciones de ediciones antiguas de relatos como El mago de Oz o
Alicia en el País de las Maravillas. Me agradan tanto su aspecto y el
tacto de sus cubiertas que, como he dicho antes, me resisto a desprenderme de
ellas. Hay otra razón añadida: son como viejas amigas que han pasado su vida
útil en mi bolso, acompañándome en viajes y visitas a museos, recogiendo mis
impresiones y los datos que no quiero olvidar, tomados con la letra irregular de
quien no tiene donde apoyarse. A veces, dichas anotaciones son tan concisas que
resultan enigmáticas, como la palabra alemana Fastnacht escrita en una
hoja vacía, sin explicación alguna que me aclare la razón por la que la anoté.
Según he podido averiguar, dicha palabra significa “carnaval”, pero también es
el nombre de un contundente dulce que se consume en esas fechas, y no despierta
en mi cabeza recuerdo alguno. Otras anotaciones sí lo hacen; resultan
misteriosas apenas unos segundos, pero en seguida traen de la mano imágenes y
sensaciones. Así me ha sucedido con esta que acabo de encontrar en una libreta de
hace cuatro años: «San Juan de Moarves: pila bautismal con un invitado
de más». Como la libreta en cuestión me acompañó en 2018, he revisado mi archivo
fotográfico de ese año y he encontrado las imágenes que materializan mis
recuerdos.
Moarves
de Ojeda es una localidad del norte de Palencia en la que los viajeros hacen un
alto para visitar la extraordinaria Iglesia de San Juan Bautista. Se trata de
un esplendoroso edificio que contrasta con las pequeñas dimensiones del pueblo
y la sencillez de sus casas. La iglesia pertenece al estilo gótico y se levantó
sobre un precedente templo románico, del cual se conserva una portada
construida con una piedra rojiza que al atardecer ―doy fe de ello― adquiere una
tonalidad impactante. En ella está esculpido un imponente Pantocrátor rodeado
por los doce apóstoles. Pero este no es el único resto románico que ha
sobrevivido; si el viajero consigue salir del hechizo que producen las figuras que
emergen de la piedra de color fuego y se anima a entrar en el templo, puede
contemplar la otra joya que allí se atesora, la pila bautismal.
Sé
que me abrió el edificio un hombre de mediana edad, pero no recuerdo si se
trataba del párroco o de un vecino del pueblo. Son demasiadas, a estas alturas
de mi vida viajera, las incursiones en edificios viejos en los que me franquea
el paso un lugareño armado de un inverosímil manojo de llaves gigantescas. En
cualquier caso, el hombre destilaba orgullo y me hizo fijarme en la pila
situada en un puesto de honor, a la izquierda del altar. Esta pila antigua,
tallada con la solemne tosquedad del Románico, tiene el encanto de lo ancestral
y es, como sucede a menudo con las viejas obras de arte, una superviviente. La
humedad obligó a su traslado desde su emplazamiento original, pero afectó de
forma irremediable a sus figuras, que presentan unos extraños rostros
difuminados, en los que se abren unas líneas oblicuas en el lugar de los ojos y
una curva en el de la boca. Estos peculiares seres con trazas de alienígena son
una representación de los apóstoles y tienen un aire entre ingenuo e
inquietante. Los observé con atención, dando vueltas en torno al círculo de la
pila, pero jamás me habría fijado en otro curioso detalle si no me lo hubiera
señalado mi guía: las figuras talladas son catorce, lo cual es extraño si
tenemos en cuenta que las representaciones habituales del tema constan de trece
personajes, los doce apóstoles más Jesucristo. Seguí dando vueltas, escudriñando
los rostros deshechos por la humedad y el paso de los siglos, intentando
localizar al intruso que se había colado en la solemne escena sacra. Me resultó
evidente que la figura de mayor tamaño era Jesucristo, con un rostro ―casualmente,
el mejor conservado― de ojos enormes y barba. Observé después, uno a uno, a sus
acompañantes: variadas actitudes, manos en distintas posiciones, los pies
descalzos asomando bajo las túnicas y caras difuminadas e inquietantemente
similares a las que el imaginario colectivo atribuye a los visitantes de otros
mundos. Ninguno de ellos presenta un rasgo especial que lo identifique como el
invitado misterioso. Mi imaginación se disparó. ¿Estaría manejando el escultor
una versión de los evangelios distinta a la canónica? ¿Se habría incluido a sí
mismo o a algún ser querido en la ristra de nobles personajes? ¿Nos estará
lanzando un mensaje sobre la presencia de seres indeseables en las escenas que
creemos conocer? ¿Nos hemos equivocado en la posteridad al identificar las
figuras pequeñas con los apóstoles? ¿O simplemente un mal cálculo del espacio
le llevó a tener que incluir una figura más…? Me temo que nunca lo sabremos.
Salí del templo dándole vueltas a la idea, pero antes anoté en mi libreta las
palabras que hoy me han asaltado al repasar sus páginas: «Pila
bautismal con un invitado de más».
Recuerdo mi primera visita a la ermita de San Baudelio en Casillas de Berlanga, la simpleza y pureza de su exterior no te prepara para la explosión interior, la llaman la Capilla Sixtina del mozárabe, quedé impactada, me costó horas salir. Después de dos días en Berlanga, visitar el mesón Vallecas y trastear sus alrededores, ya más calmada volví y bueno es cuando descubrí que en esos frescos el artista pintó dromedarios, elefantes y un oso, además de otros animalitos más comunes en Soria, cual fue la historia misteriosa que llevó al pintor a incluir tanto exotismo junto a la ristra de santos y hombres de Dios ? La historia del dromedario, el oso y el elefante siglos después es tambien cuanto menos rocambolesca, Levi italiano, compró los frescos entre ellos los de los tres animalitos y se los llevó, años después pudieron ser recuperados en un canje y a día de hoy el oso ,magnífico, y el elefante se disfrutan en el Museo del Prado, para ver el dromedario tenemos que ir a Manhattan, que sin duda un día iré aunque solo sea con ese fin. Te debía querida Beatriz este "ladrillo" y espero sirva para el que no haya pasado por esa maravilla la disfrute, es emocionante.
ResponderEliminarPues has tenido un éxito inmediato: ya estoy pensando en organizar un viaje para visitar San Baudelio, que, extrañamente en el caso de una viajera amante del arte como yo, aún no he tenido ocasión de conocer. Lo que sí he podido ver, claro está, son los frescos trasladados al Museo del Prado. Guardo un recuerdo muy vivo de la primera vez que me encontré con ellos, de niña, en una de aquellas visitas con mi padre que me abrieron los ojos al mundo de la pintura. Me causaron una curiosa sensación, mezcla de atracción y extrañamiento. La zona de pintura medieval es quizá la que menos he frecuentado de este museo que he recorrido tanto, así que se me ocurre que urge una visita dedicada en exclusiva a ella. Gracias por tu comentario, que me ha despertado la curiosidad y ha puesto en marcha a la eterna creadora de planes que habita en mí.
ResponderEliminar