LECTURAS DE OCTUBRE (2021)
«En los
fugaces segundos del último recuerdo, una imagen resume Birmania: el sol y una
sombrilla de mujer». Este es el evocador comienzo de El afinador de pianos, novela del
estadounidense Daniel Mason que ha sido toda una sorpresa para mí. Con tan
hermosa imagen se inicia la aventura de Edgar Drake, un habitante del Londres
victoriano que divide su vida entre la meticulosa labor de afinar pianos y la
relación de confianza y camaradería que mantiene con su esposa. Este individuo
refractario a la sorpresa y la improvisación, ajeno a la turbulencia de las
pasiones, se ve requerido para una misión sorprendente: viajar hasta Birmania
para poner a punto el piano de un alto mando del ejército británico que es una
pieza clave en la pacificación de la zona. Drake inicia así un viaje inesperado
que lo conduce, a través de territorios desconocidos, al encuentro con el
comandante Carroll, un tipo misterioso y carismático sobre el que corren
historias de variado signo. El autor aprovecha este motivo de raigambre clásica
(es inevitable pensar en el alucinante viaje por el río Congo del protagonista
de El corazón de las tinieblas de
Conrad en busca del enigmático Kurtz) para hacer una inmersión en un mundo
fascinante, que describe de forma exquisita y vívida. Tras terminar la novela,
tengo la sensación de haber navegado por el Índico y por las espumosas aguas
del río Saluén, de haber pisado templos y mercados, de haberme mezclado con los
espectadores de tradicionales funciones de títeres, de haber recorrido a
caballo senderos escarpados que se abren sobre increíbles paisajes, de haberme
codeado con los líderes birmanos en solemnes recepciones. Leo en la solapa de
mi edición que Daniel Mason es licenciado en Biología, lo cual explica su
atención a los elementos animal y vegetal, sus emocionantes descripciones de
seres que en su pequeñez contienen toda la grandeza de lo único. Una novela muy
hermosa y un viaje apasionante, en compañía de uno de esos personajes
entrañables que suscitan con facilidad la identificación y el afecto.
Una
mujer regresa en tren a su ciudad desde la clínica mental donde ha dejado
ingresado a su marido, un escritor famoso. Durante el trayecto, traba
conversación con otro viajero que se presenta como un psiquiatra de dicha
clínica y que con su inagotable charla despliega frente a ella el complejo y
tortuoso mundo de las enfermedades mentales. Este es el planteamiento de Ventajas de viajar en tren de Antonio
Orejudo, narrador especialista en descolocar, divertir y ―supongo― ofender a
algunos con lo extremo de sus tramas y con su humor irreverente. No se trata de
un planteamiento casual; en él están contenidos los dos elementos clave en
torno a los cuales pivota esta novela breve y trepidante: el arte de escribir y
la locura. Toda la novela en sí y las historias interconectadas que la componen
son, en realidad, una completa locura. A mí me pasma ―y a la vez me regocija―
la osadía de Orejudo para plantear temas incómodos y para reírse de ellos sin
la menor censura. No hay línea roja que no se aventure a atravesar: coprofilia,
zoofilia e incluso un atisbo de canibalismo… Supongo que más de un lector se
soltará de su mano y saldrá huyendo sin mirar atrás. Yo, como supongo que les
sucederá a otros muchos, me lo he pasado estupendamente en este viaje carente
de inhibiciones. Contribuye a ello la presencia del recurso ―tan clásico― del
personaje que cuenta una historia dentro de la cual otro personaje cuenta su
historia, en un encadenamiento de puertas que se abren en apretada sucesión, en
una gozosa exaltación del arte de narrar.
«…la
ciudad se me apareció como un coto de caza donde los más fuertes perseguían y
abatían a todo aquel que se cruzaba en su camino». Así reflexiona, mientras contempla el paisaje urbano de Estocolmo, uno de los protagonistas de 1793, la novela
negra histórica del escritor sueco Niklas
Natt och Dag. Y podríamos decir que esta es la idea principal del libro, sobre
la que se asienta una vertiginosa e intrigante trama que aúna crímenes,
venganzas, investigación policiaca y la descripción de una sociedad violenta e
injusta: la concepción del ser humano como un predador empeñado en la
implacable cacería del que es más débil que él. Este terrible punto de partida
da lugar a una trama igualmente terrible, en la que el lector ―al menos la que
escribe estas líneas― se debate entre la urgente necesidad de seguir leyendo y
el temor a afrontar ciertos pasajes. Confieso que en dos ocasiones dejé
congelada la historia mientras sopesaba cuál de esos dos elementos pesaba más,
y que llegué a saltarme parte de un capítulo que me resultaba imposible de
digerir. También es verdad que esta novela es la responsable de que haya
llegado tarde a un par de citas durante las últimas semanas: la deslumbrante
reconstrucción de la sociedad sueca que recibe los ecos de la Revolución
Francesa y el encanto de los dos protagonistas, una improvisada pareja de
investigadores formada por un hombre al borde de la muerte por tisis y un
exsoldado que regresó de la guerra tullido y desencantado, hacen que esta
novela larga y sobrecogedora se lea sin sentir.
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