CUADROS RECUPERADOS (VI): ÁNGELES

Tobías y el ángel del pintor español Eduardo Rosales (1836-1873). Cuenta la historia bíblica que el joven Tobías es enviado por su padre a cobrar una deuda. Durante su viaje se le une un desconocido que le ofrece su ayuda y su compañía, y que no es otro que el arcángel Rafael. Rosales elige para plasmar esta historia de inicio en el camino de la vida la escena en la que, al llegar a las orillas del Tigris, un gran pez asusta a Tobías y su compañero le recomienda que lo pesque y guarde varias partes de su cuerpo, que le serán de utilidad en su posterior aventura. Pero ese ángel sabio de la leyenda se convierte de la mano del pintor en un amigo amoroso que acoge entre sus brazos al muchacho asustado; no cabe una plasmación más tierna del mito del ángel de la guarda. La obra es, además, de una extrema delicadeza: la suavidad de los colores, la pureza de los rostros, la irrealidad del paisaje, nos remiten a la pintura del primer Renacimiento, a la que el entonces principiante Rosales, que aún no ha encontrado su estilo, vuelve la mirada. El cuadro, que suscitó críticas adversas y le dio muchos problemas al pintor, está sin terminar. Tal vez haya mucho del artista en ese jovencísimo Tobías que no se atreve a continuar su camino y que busca, como un niño, el apoyo de alguien más experto que le sirva de guía.

(Los cuadros de abril. 2012)

Siempre que llega esta época del año y empiezan a surgir en derredor los primeros signos navideños, me acuerdo del belén que montaba de niña. Y entre todas aquellas figuritas que aguardaban pacientemente metidas en una caja durante doce meses, me viene a la cabeza la hermosa imagen de mi ángel. Porque a pesar de haber sido una descreída precoz, siempre me han fascinado ―lo siguen haciendo― esas criaturas estilizadas, ambiguas y aladas: la transposición del mundo de las hadas a la iconografía religiosa. Este Ángel del artista estadounidense Abbott Henderson Thayer (1849-1921) se parece mucho al que yo colocaba todas las navidades, colgado en precario equilibrio, sobre las planchas de corcho con las que simulaba un establo. Tiene su majestuosidad y su delicadeza; incluso ―creo recordar― un gesto similar en los brazos que se cruzan sobre el pecho. Es un ángel de facciones femeninas y de expresión melancólica, que parece meditar sobre los hechos que se avecinan y que él (ella), en su condición semidivina, ya conoce. Tiene, por último, el encanto añadido de lo abocetado e incompleto: su silueta se pierde en los bordes del lienzo, del mismo modo que aquel ángel de mi infancia esquiva una y otra vez mis intentos de recordar con precisión sus rasgos.

(Los cuadros de diciembre. 2016)

Hace unas semanas, una amiga que es seguidora habitual de este blog me regaló un marcapáginas con una reproducción de este San Mateo y el ángel del pintor italiano Guido Reni (1575-1642). Lo hacía, además, poco después de que yo escribiera una entrada acerca de dos cuadros de Caravaggio sobre el mismo tema. Este espacio se puebla, por tanto, de los míticos personajes alados que tanta atracción ejercen sobre mí y que disparan poderosamente mi imaginación. En la versión de Guido Reni, el carácter sobrenatural del visitante pasa a un segundo plano. Apenas alcanzamos a ver parte del ala de lo que nos parece un simple niño que alza la cara hacia su acompañante con delicioso gesto infantil. El punto fuerte del cuadro es la intensidad de las miradas de los dos personajes, que se observan mutuamente con fijeza. No parece haber nada al margen del anciano que escribe las palabras que su compañero de tarea le va dictando: el entorno queda oculto por la oscuridad que envuelve a las dos figuras centrales de la composición. Este motivo del evangelista que escribe por intervención divina es, en definitiva, una metáfora del carácter sobrenatural de la inspiración. Sin duda por ello me resulta tan sugerente esta plasmación del mundo reducido al mágico acto de escribir.

(Los cuadros de octubre. 2013)

El 23 de diciembre de 2010, hace hoy justamente diez años, comenzaba su andadura este blog. Y una de las primeras cosas que hice en aquel espacio aún por definir fue comentar este cuadro que hoy recupero: El ángel herido del pintor finlandés Hugo Simberg. Lo hice con una reseña muy breve, en la que apenas señalaba su elección como pintura nacional de Finlandia en 2006 y el hecho de que resulta inevitable establecer una relación entre este ángel maltrecho y nuestro mucho más solemne y sobrecogedor Ángel Caído del Parque del Retiro. Por aquel entonces, yo no podía sospechar que los comentarios sobre pintura iban a ser una de las facetas más enriquecedoras para mí de mi recién estrenada condición de bloguera y que iba a dedicar a ellas mucho tiempo y energía. Mirada con perspectiva, me parece ahora que esta imagen llena de candor infantil, así como las parcas palabras que le dediqué en su momento, representan a la perfección el estadio inicial de este blog. Me gusta reencontrarme precisamente ahora con ella y con sus protagonistas, con el niño concentrado que encabeza la comitiva, con el que clava una mirada seria en nosotros y con el encantador ángel que ha tenido un mal encuentro con el suelo. Diez años después, me sigue pareciendo una escena llena de ternura y sugerencias, proclive al vuelo de la imaginación, además de parte indisoluble de mi vida.

(Los cuadros de enero. 2011)

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