PARA NO TOCAR EL SUELO

En mi último cumpleaños, entre las felicitaciones cibernéticas de bancos y compañías de seguros, mi correo electrónico guardaba una agradable sorpresa. Era un pequeño detalle remitido por ACNUR, un calendario para el 2021 que tiene como motivo central una imagen tan deliciosa que he decidido que sea la última que aparezca en este blog antes de que se produzca ese cambio de fecha en el que no sabemos si cifrar nuestras esperanzas.


Su autor es el irlandés Andrew McConnell, uno de esos fotógrafos que recorren el mundo levantando testimonio con su cámara del sufrimiento de los más débiles, de la injusticia y la desigualdad. Por desgracia, tiene amplio material donde fijar su objetivo. Esta fotografía en concreto responde al título de Hermanos jugando en el campo de refugiados de Kutupalong y nos muestra uno de esos infiernos en la tierra que nos conmocionan brevemente en los telediarios y que olvidamos de inmediato para poder seguir viviendo sin su peso insoportable: un extenso campamento situado en Bangladesh donde malvive un insostenible número de refugiados rohingyas, miembros de una minoría musulmana huidos de la extrema violencia a la que se los somete en Myanmar. 

A diferencia de lo que sucede en otras fotografías de la misma serie, que muestran con estremecedora explicitud las insalubres condiciones de vida de este grupo humano en el exilio, en este caso la cámara de McConnell se ha detenido en los más pequeños y se ha operado el milagro. Este par de críos que se sirven de dos columpios rudimentarios para balancearse en las alturas parecen encarnar toda la alegría de vivir. Allí abajo quedan la calle miserable, el suelo sin asfaltar lleno de desechos, los improvisados muros fabricados de mantas y jarapas, pero también la mirada expectante de otros niños, deseosos sin duda de tener su oportunidad de encaramarse también a los columpios para no tocar el suelo. 

Al lado de lo que padecen estas criaturas, nuestros problemas de habitantes del primer mundo palidecen un tanto, pero aun así me gustaría para este año adquirir la capacidad de estos chavales de alzar el vuelo sobre las dificultades de la vida. Aunque lo ideal sería que todos, ellos los primeros, pudiéramos abandonar el columpio y pasear sobre una tierra habitable, espero al menos que el año que empieza sea generoso al brindarnos aquello que nos posibilita despegar si los obstáculos crecen y nos entorpecen el camino. Cada uno sabrá qué es lo que le produce ese efecto, cuál es el equivalente en su vida de un columpio fabricado de tela y cuerda que otorga el don de volar. Sereno (que viene a ser lo mismo que feliz) 2021.  

Comentarios

  1. Llevo soñando que vuelo desde que puedo recordar. No vuelo en un avión, que eso es correr por las alturas, sino por mí misma, levantándome del suelo con increíble facilidad, sin necesidad de tener alas. Como Peter Pan y Wendy. Y sí, no hay sensación que se le pueda igualar. La felicidad, sin duda. Todo lo que puedo hacer en el mundo real es buscar sucedáneos. Y no me quejo: he encontrado unos cuantos maravillosos.

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