SOMOS PERSONAJES DE HOPPER
Esta entrada tiene dos partes. La primera está vinculada al
pasado mes de marzo, a aquellos días extraños en que la realidad se convirtió
en émula de una ficción apocalíptica y nos encontramos confinados en casa, espiando
a través de los cristales, entre perplejos y asustados, una ciudad fantasma.
Por aquellos días, Internet se reveló ―ya lo sospechábamos o
temíamos, depende de la perspectiva de cada cual― como una tabla salvadora.
Mirar por la pantalla y mirar por la ventana se convirtieron en las dos maneras
de asomarnos a un mundo exterior que nos estaba vedado. Y en los múltiples
memes, imágenes, artículos y vídeos que compartimos de forma muchas veces
compulsiva, se fue filtrando con insistencia la figura de un artista que plasmó
como nadie la soledad del ser humano en la primera mitad del siglo XX y
convirtió en su seña de identidad más reconocible las escenas que presentan a
personajes confinados en habitaciones vacías, abstraídos en sus pensamientos o atisbando
por la ventana un exterior con el que parecen haber perdido el contacto. Durante
los tiempos duros del confinamiento, hemos visto cuadros de Edward Hopper hasta
la extenuación. Somos pinturas de Hopper,
rezaba incluso el título de algún artículo o entrada de blog. Éramos muchos, en
efecto, los que nos sentíamos un poco así, prisioneros de un espacio familiar
convertido a la vez en cárcel y refugio, testigos de otros tantos espacios
habitados que se nos revelaban a través de las ventanas y balcones de edificios
vecinos. Fuimos también, en cierta medida, émulos del James Stewart que,
escayolado y con el objetivo en ristre, espía el miscrocosmos formado por los
habitantes de la casa de enfrente en La
ventana indiscreta de Alfred Hitchcock. Las calles estuvieron más vacías
que nunca; nunca los edificios nos parecieron más llenos y palpitantes de vida,
auténticas colmenas con todas sus celdas encendidas en medio de la noche. Cada
uno de esos rectángulos iluminados se nos antojaba un lienzo de Hopper,
habitado por uno o varios personajes condenados a la soledad o a la convivencia
forzosa, figuras de un cuadro en el que nadie se molestó en incluir la puerta.
Podría haber escrito lo anterior durante el confinamiento,
pero lo hago ahora, cuando llevamos ya semanas inmersos en la perplejidad de
reconquistar las calles y los espacios comunes, que hemos encontrado a medio
gas, como sorprendidos en un ensimismamiento del que les cuesta salir del todo.
Esta realidad que no termina de echar a andar me sigue recordando al universo de
Hopper, a los cuadros que son en mi opinión los más sobrecogedores de este
artista: los que representan a personas en espacios públicos, en calles y
medios de transporte, en salas de cine y cafeterías, rodeados de otras
personas, pero con el mismo aire de concentrada abstracción que los
protagonistas de las escenas de encierro a las que me he referido en el párrafo
anterior. Los exteriores de Hopper están escasamente poblados, sus personajes
se sientan con asientos de distancia, se dan la espalda, comparten una
actividad en el encierro de sus respectivos silencios. A este grupo pertenece
el celebérrimo Aves nocturnas, que
muestra a cuatro personajes aislados de la noche en el interior iluminado de
una cafetería, y el que acompaña a estas líneas, que es posiblemente mi
favorito de este autor: New York Movie. Tal
vez ahora toque identificarse con esta acomodadora que medita apartada en un
rincón de la sala de cine, separada por la fuerte iluminación de la penumbra
del patio de butacas, en el que se adivinan otras soledades. Tal vez en esta
libertad tan ansiada seguimos siendo personajes de Hopper y las paredes de las
habitaciones que nos recluyen se han trasladado con nosotros al mundo de fuera.
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