PALABRAS QUE CONSUELAN
Exámenes, correcciones, notas, juntas de
profesores. Correos para dar avisos y advertencias, para pedir ayuda o plantear
dudas, preocupaciones, angustias, inseguridades, quejas, lamentos,
reclamaciones. Mensajes de alumnos, padres, compañeros. Voces que me asaltan
desde la pantalla del ordenador a cualquier hora del día o aguardan agazapadas
durante las horas de descanso para ser las primeras en interpelarme de buena
mañana. Tablas de calificaciones, listas, porcentajes, gráficos en vistosos
colores. Desde hace unas semanas vivo en un mar de lo que me resisto a llamar papeleo
porque es un fluido virtual e intangible, que aplasta a su invisible manera. Esta
corriente sutil desborda las esquinas de la pantalla del ordenador e inunda mi
casa. Se desparraman por los rincones formularios, cuadrantes, memorias, actas,
firmas digitales, archivos compartidos en la nube. Y, de repente, unos versos.
«Y cuando
el viento quiere destruirse / me busca por la puerta de tu casa».
«Yo no le
debo besos, / pero quise deberle este poema».
«Porque sé
que los sueños se corrompen, / he dejado los sueños». Es la voz de Luis
García Montero, que me saluda desde un tema de literatura que expongo frente a
la cámara y el micrófono de mi ordenador (qué se le va a hacer: estos tiempos
extraños me han convertido en una ciberprofesora que graba sus explicaciones y
luego las lanza a la red). En medio del juego de cursor, botones y teclado, me
inundan los deseos de recuperar la obra completa a la que pertenecen estos
versos. Tarea complicada: la leí hace años en un ejemplar prestado de una
biblioteca. En cuanto puedo, la encargo en una tienda de mi barrio que ha
vadeado el confinamiento gracias a su doble función de librería y quiosco. Pasan
unos días (Ya se sabe cómo está el
reparto, se queja el librero mientras apunta mi encargo) antes de que
consiga tener el libro en mis manos. Lo abro. Lo recorro de forma caprichosa,
como una niña que jugara a la rayuela; es la maravillosa libertad de la poesía.
La voz del poeta me habla desde varias conversaciones de las que entro y salgo
con total desenvoltura:
«Cierra los
ojos, / porque no hay otra cosa que envejezca / peor que tu mirada».
«Así he
vivido yo, / como la luz del sueño / que no recuerdas cuando te despiertas».
Al cabo de unos días, descubro leyendo un dominical
que se cumplen veinte años de la publicación de Habitaciones separadas de Luis García Montero. Con tal motivo se
publica una entrevista con el poeta, que me apresuro a leer, agradecida por la
casualidad. Agradecida, en cualquier caso. Entre muchas frases que me gustan, me
quedo con esta afirmación maravillosa: «Es
un cretino quien se mete con la ciencia y la técnica. Pero también lo es quien
se mete con las humanidades: se te muere alguien y la lavadora no te consuela».
Me gustaría poderle decirle a este gran hombre
sencillo que no es necesario acercarse ni remotamente a la tragedia: la poesía
consuela también de las pequeñas zozobras cotidianas. Poder confirmárselo, más
bien, porque él, a fuer de grande y de sencillo, es seguro que lo sabe.
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