LOS CUADROS DE FEBRERO (2020)
Este
cuadro surge como consecuencia del feliz encuentro entre dos mujeres. Por una
parte, la retratada, la joven pintora francesa Adélaïde Binart, que posa
sosteniendo su paleta y sus pinceles con encantador gesto de orgullo. Por otra,
la autora, su compatriota Marie-Geneviève Bouliard, apenas unos años mayor y ya
por aquel entonces reputada retratista. Ignoro si la relación entre ambas fue
más allá de lo habitual entre una artista y su modelo, pero me inclino a pensar
que sí; así parece demostrarlo, al menos, la actitud de relajación de la
retratada, la naturalidad con que clava en su compañera de lides artísticas ―y
de rebote en nosotros― una mirada llena de afecto. La concentración en lo
esencial es una de las claves de la fuerza y modernidad de este retrato. El
fondo neutro y la sencillez del atuendo de la joven Adélaïde impiden que nos
perdamos en lo accesorio y ponen de relieve lo que de verdad importa, la
felicidad de una artista en sus inicios que exhibe ilusionada los instrumentos
de su profesión. Este cuadro pintado en 1796 aleja cualquier prejuicio que
podamos albergar sobre el academicismo y la frialdad de los retratos
neoclásicos. Es todo vida y espontaneidad. Nos habla de forma franca y directa
de camaradería entre colegas, de complicidad femenina, del orgullo del artista,
del placer de crear.
El
pasado mes de noviembre comentaba en esta sección un cuadro de la pintora
estadounidense Anne Packard, un paisaje marino reducido a sus elementos
esenciales, con un predominio absoluto del color azul. Visitando la página web
de esta artista, he descubierto que tiene dos hijas que han seguido sus pasos;
a los pinceles de una de ellas, Cynthia Packard, se debe este cuadro titulado Rising.
Es curioso que también se trate de una obra en la que un color se erige como
protagonista. Reconozco mi relación ambivalente con el amarillo: vistoso en la
pintura y los escenarios (a pesar de la superstición actoral que lo ha
mantenido alejado de ellos durante siglos), inquietante en la vida cotidiana.
Apenas poseo objetos o prendas de vestir de este color, que, en cambio, me
llama la atención de forma poderosa cuando aparece en un lienzo. Es el caso de
esta obra de temática sencilla y gran expresividad. Lo que podría ser una naturaleza
muerta al uso se transforma, al situar el jarrón de flores en un espacio
abstracto, en una tormenta de color. El amarillo estalla, forma densas manchas,
se precipita hacia el suelo convertido en su hermano naranja. Un ámbito
indeterminado en el que creemos distinguir ramas de árboles o incluso un esbozo
del disco solar; un espacio, como indica el título original de la obra, lleno
de vida que emerge.
Ayer
falleció la pintora María Moreno, una artista discreta que eligió desarrollar
su carrera a la sombra de la de su marido, el gran Antonio López. Debe de ser
lo único sombrío en la obra de esta pintora de mirada sensible y delicada,
cuyos cuadros están dotados de una luz purísima que parece emanar de rincones y
objetos y que eleva su visión del entorno muy por encima de una simple
transposición de la realidad al lienzo. Encabeza estas líneas su cuadro
titulado Jardín de Poniente, una de sus clásicas recreaciones de
exteriores carentes de presencia humana. El blanco ―color que tanto me gusta en
pintura― y sus infinitos matices se apoderan de esta escena apacible: está en
los muros del edificio, en el suelo, en las nubes y también en las flores de
los árboles que, en fila, demarcan los límites de este paraíso silencioso. Y
está, sobre todo, en la luz: una luz blanca, casi sobrenatural, que hace que
este escenario cotidiano quede detenido ―me gusta pensar que lo mismo le ha
sucedido a su autora tras su partida― en un verano eterno.
Santa
Catalina de Siena de Sor Plautilla
Nelli, o de cómo no me canso de mirar un cuadro cuya temática a priori
me causa rechazo. Escribiré estas líneas para explicarlo y también, de paso,
para explicármelo a mí misma. Dicen las enciclopedias que Sor Plautilla es
considerada la primera pintora del Renacimiento italiano. Esta artista
autodidacta que profesó de niña en el convento de Santa Catalina, donde se dejó
guiar en materia de pintura devocional por las enseñanzas del fanático
predicador Savonarola, es la creadora de una obra llena de ingenuidad y
encanto. Su infancia enclaustrada y las siniestras presencias que la rodearon
no consiguieron ensombrecer la hermosa luz de sus pinturas: esta artista es una
flor rodeada de espinas. El cuadro que encabeza estas líneas reúne las
cualidades de candor y limpieza compositiva que la caracterizan. Obviaré las
lágrimas con que la santa contempla el cuerpo torturado de Cristo y las señales
de los terribles estigmas en sus manos, para quedarme con la luminosidad del
blanco y con el sereno perfil que se recorta sobre un fondo neutro, a la manera
de los bellos retratos de las damas florentinas de la época. Delicadeza,
ingenuidad, simplicidad de medios: Sor Plautilla Nelli me parece un prodigio de
elegancia y distinción. El elemento devocional, como sucede en el caso de
Giotto o Fra Angelico, queda enterrado bajo semejante derroche de talento
pictórico.
Es normal que no te vistas de amarillo, dos soles juntos...
ResponderEliminarSigo creyendo que es imposible que no hayas pintado, aunque tu pincel es la palabra. Chica impresionista escritora impresionante. Como siempre un artículo magnífico y una cálida experiencia acompañarte.
Desde que decidí darle más vida a mi blog a través de las redes sociales, los lectores que se animan a comentar lo hacen mayoritariamente en mi muro de Facebook. El efecto de mi decisión es por ello un tanto contradictorio: el blog tiene más visitantes, pero a la vez se ha convertido en un espacio vacío y silencioso en el que rara vez resuenan voces ajenas. Como colega bloguera que eres (y persona sensible, añadiré), tienes siempre el detalle de duplicar tus comentarios para que las entradas no queden sin respuesta. Gracias, Pili, por ello. Y, por supuesto, también por tus hermosas palabras.
ResponderEliminarEl problema, Bea, es què se puede decir despuès de leerte. Tengo siempre la sensaciòn de apotar "palabra vacìa". Y lo siento porque me gustarìa decirte cuànto me aportas. Me conformo con ir leyendo lo que tu lees y con gozar de lo que escribes. Siempre
ResponderEliminarCuánto hacía que no te leía por aquí, Lola. Me alegro mucho de recuperar tu voz, que nunca aporta "palabras vacías". Y me has dicho sobradamente cuánto te aporto: me basta con saber que me lees y gozas con lo que escribo. No es necesario más.
ResponderEliminarPues si. Qué preciosa reflexión sobre los balcones y ventanas!
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