LOS CUADROS DE NOVIEMBRE (2019)
El artista austriaco Eduard Angeli parte para sus creaciones de un proceso que a muchos viajeros nos gustaría poder llevar a cabo en la vida real: borrar de un plumazo el trasiego de vehículos y turistas de los enclaves que visita para reducirlos a su esencia más íntima y secreta. De su mano, es posible evocar la condición de privilegio del viajero de otros tiempos, maravillado frente a una belleza que no debe compartir con nadie más. Pero lo cierto es que Angeli va más allá, porque sus paisajes urbanos no están solo deshabitados, sino también dotados de una buena dosis de misterio. No es ajena a ella la frecuente inclusión de elementos atmosféricos que difuminan la imagen y le proporcionan un cierto carácter onírico. Así sucede en este cuadro que pertenece a la serie dedicada a la ciudad de San Petersburgo, titulado Niebla en el Canal Kriukow. La técnica, de un realismo casi fotográfico, es el ingrediente final que convierte esta obra en una invitación a un periplo singular. El espectador siente que está realmente allí, al borde del agua, notando en el rostro el frío y la humedad, buscando un punto de referencia en el horizonte indeterminado, tal vez la constatación de que no es el único ser humano en esta ciudad extrañamente silenciosa: contemplando, en definitiva, el escenario de un sueño.
Cuando Jackson Pollock todavía no se había lanzado de lleno a los caminos de la abstracción, realizaba cuadros igualmente potentes y expresivos, pero en los que aún cabía la posibilidad de descubrir el referente real. Así sucede en la obra que encabeza estas líneas, en la que el amante del arte figurativo queda tranquilo al captar sin problemas la escena que el artista plasma con su peculiar visión: la noche de luna llena, el paisaje oscuro y accidentado y la caravana que de inmediato remite al recuerdo de los pioneros americanos, como de hecho confirma el título, Hacia el oeste. La vehemencia de las pinceladas, preludio de los brochazos de la obra posterior de Pollock, dota a la escena de dinamismo y capacidad para impactar. Este paisaje sombrío en el que las montañas parecen seres vivos y las presencias humanas y animales semejan figuras de barro tiene algo de escenario de pesadilla. Cuando lo contemplé por primera vez tuve la sensación de que algo inquietante estaba a punto de suceder; los viajeros se estaban adentrando en un territorio que yo presagiaba lleno de peligros. Pero algo está a punto de suceder también en el terreno pictórico. Pollock ha introducido un motivo de pintura tradicional en su potente máquina de deconstruir la realidad, que lo va disolviendo a base de círculos concéntricos. Solo queda esperar que la máquina detenga su frenético giro y nos devuelva la escena convertida en energía sin referentes reales, en pintura en estado puro, simple y vigorosa abstracción.
Un
regalo para los que amamos el color azul. La pintora estadounidense Anne
Packard es autora de paisajes delicados y de corte clásico, en los que el mar
tiene una especial relevancia y en los que las figuras humanas se diluyen para
integrarse en su entorno. Me gustan sobre todo aquellos en que se elimina lo
accesorio, como sucede con el titulado Barca de remos sobre azul. Esta
escena estilizada y desprovista de detalles parece transmitirnos un mensaje más
allá de lo inmediato. La embarcación solitaria, acompañada tan solo por su
reflejo y rodeada por la continuidad que forman agua y firmamento, parece a
primera vista hablar de la soledad del ser humano en su periplo vital, pero a
mí me remite más bien a la felicidad de perderse en uno mismo, al margen de las
contingencias de la vida diaria. El espacio está voluntariamente tratado como
un ámbito abstracto, una mancha azul envolvente y apaciguadora. El cielo y el
agua son una misma cosa, una masa protectora que aleja a barca y navegante de
las tormentas del mundo. A estas alturas del año, ya tan lejos del mar físico y
de la libertad del verano, me gusta contemplar este paisaje sencillo y perderme
en su infinito azul.
Hace
unos días, explicando los movimientos de vanguardia en clase de Literatura, leí
con mis alumnos un fragmento del manifiesto futurista de Marinetti. Al llegar a
su célebre consigna “Matemos el claro de luna”, sentí un inesperado
deseo que sin duda habría disgustado al cantor del antisentimentalismo y la
modernidad: revisar recreaciones pictóricas del tema que con tanta energía
rechazaba para traer una de ellas a esta sección. He repasado así obras de
paisajistas de distintas nacionalidades y épocas y, tras semejante viaje por
espacios sombríos y melancólicos, me declaro rendida a los pies del pintor
alemán Louis Douzette. Este artista, desconocido hasta ahora para mí, es autor
de increíbles escenas nocturnas como la que encabeza estas líneas, titulada ―no
podía ser de otro modo― Paisaje con luna llena. Al dominio en la
plasmación de las gradaciones de luces y sombras, habitual en su autor, este
cuadro une la mágica y silenciosa presencia de la nieve (¿no es cierto que la
escena parece presidida por un silencio sobrecogedor?) y la sugerente inclusión
de la cabaña que asoma entre la espesura, lo suficiente para mostrarnos una
ventana iluminada tras la cual se vislumbra una silueta que no es posible
identificar. Paisaje y vivienda, exterior e interior, están envueltos en la
misma luz suave y dorada. Es como si la luna que preside el paisaje tuviera el
poder de filtrarse hasta en los últimos rincones. En el alma de quien escribe
estas líneas ―lo siento por Marinetti―, también.
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