UNA HOJA CAE

Este otoño no termina de arrancar. Tal vez por eso lo sueño.

Hace tres semanas, le vi la cara por primera vez. Estaba sentada en una terraza del centro de Madrid, dispuesta a cenar al aire libre (privilegios del tiempo estival). Me había costado encontrar mesa porque el sitio estaba muy concurrido. Un viernes por la noche, la grata temperatura del final del verano, un lugar agradable a dos pasos de la Puerta del Sol: no hace falta decir más para quien se mueve habitualmente por la capital y sabe de sus agobios. Estaba ya explorando la carta, prometiéndomelas muy felices, cuando ocurrió. Vi levantarse precipitadamente a la pareja de la mesa vecina y lanzarse al interior del local. Me estaba preguntando por qué renunciaban a un puesto tan cotizado, cuando varias gotas caídas sobre la mesa recién abandonada me dieron la explicación. Llovía. Los clientes acomodados en la terraza nos dividimos en dos bandos, los expuestos al agua y los protegidos por unas sombrillas consistentes y de tamaño considerable, un oportuno refugio contra las inclemencias. Mi acompañante y yo pertenecíamos a este último grupo. Nos las prometíamos muy felices aún. Más felices, si cabe: la perspectiva de cenar recibiendo el frescor de la lluvia pero sin mojarnos nos parecía un privilegio.

Entonces vino la segunda parte del episodio. La carta que sujetaba entre mis manos comenzó a agitarse a causa del viento. Varios manteles de papel salieron volando, los camareros pululaban a nuestro alrededor asegurando objetos y retirando carritos llenos de bebidas. La lluvia caía torcida y se colaba bajo las sombrillas. Los recalcitrantes empeñados en mantener nuestra posición éramos cada vez menos. Comprendí que la batalla estaba perdida cuando una hoja marrón desprendida de un árbol cercano vino a parar sobre la mesa, justo delante de mí. Una hoja seca, quebradiza pero perfecta aún, como el otoño a punto de comenzar. El verano estaba muerto. O eso creí.

Esta anécdota tiene un epílogo literario. El lunes siguiente, buscando en Internet un texto para mis alumnos de Bachillerato, me asaltaron unos versos de Vicente Huidobro, pertenecientes al poema titulado Arte poética. Dicen así:

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Esto no tendría nada de particular, de no ser porque yo no estaba buscando nada ni remotamente relacionado con poesía. Me pareció que la hoja que había venido a mi encuentro el viernes anterior volvía a mí transformada en palabras. Una hoja cae; algo pasa volando. Miré la fecha: era 23 de septiembre, comienzo del otoño en el hemisferio norte. Hacía, sin embargo, un calor asfixiante. Siguiendo al gran Vicente Huidobro, si el otoño no se decide a venir, tendremos que crearlo.

Comentarios