PASAR LISTA
Lo comentaba esta misma mañana con una compañera:
pasar lista puede convertirse en una aventura. Grupos masificados que
inevitablemente traen de la mano un larguísimo inventario de nombres (con mucha
frecuencia compuestos) y apellidos (a veces compuestos también). Una creciente
proliferación de alumnos de variada procedencia, que sitúan al docente en la
sonrojante situación de pronunciar con torpeza o de no ser capaz de pronunciar
en absoluto. Nombres que nada nos aclaran sobre el sexo de la persona que los
ostenta y que producen alguna situación equívoca. La repetición de un nombre de
pila dos, tres o hasta cuatro veces en la misma aula, con las consiguientes
confusiones (estas generaciones de Irenes, Lucías y Alejandros, como en tiempos
lo fueron las de Cármenes y Josés…). Grupos que charlan interminablemente y que
no responden al reclamo de su propio nombre. Alumnos que llegan tarde y a los
que hay que buscar de nuevo en la lista para quitarles la falta o sustituirla
por un retraso. Otros que se sitúan cada día en un punto del aula y que nos
sorprenden siempre cuando responden a nuestra llamada. Los que no se dedican a
la docencia no pueden imaginar qué fuente de anécdotas, qué trance lleno de
obstáculos es el simple acto de pasar lista.
En realidad, la aventura empezó hace ya mes y
medio, cuando los profesores recibimos las flamantes listas de nuestros grupos,
recién salidas de la fotocopiadora. Curso tras curso, es inevitable mirarlas
con una mezcla de ilusión y recelo. En esa sucesión de nombres desconocidos se
atesora una larga ristra de problemas y alegrías, de rutinas y sobresaltos.
Algunas de esas personas serán la que conecten con nosotros desde el comienzo,
a otras habrá que ganárselas con esfuerzo. Muchas llegarán al final del viaje y
terminarán el curso, alguna abandonará al poco o se irá quedando por el camino.
Es inevitable preguntarse, con cierta desazón, cuál de esos nombres será el del
estudiante que nos complicará la tarea, el que se negará en redondo a aceptar
nuestra ayuda, el que llenará de preocupaciones nuestras horas de trabajo y
quizá también las del tiempo libre. Yo siempre leo y releo esas listas recién
impresas, buscando alguna pista que no encuentro. De vez en cuando, me saluda
en ellas el nombre conocido de un antiguo alumno: un guía que me servirá de
ayuda en el viaje que me dispongo a emprender. Porque esas listas son como el
mapa de un territorio desconocido en el que estoy a punto de adentrarme.
En este viaje del que hablo, hay que ir con pies de
plomo para no dañar sentimientos a flor de piel ni maltratar autoestimas ya de
por sí bastante maltrechas. Es necesario recordar ese apodo del que se nos
informó el primer día de clase y que no siempre guarda relación con el nombre
real. Merece la pena el esfuerzo cuando se descubre un brillo especial en los
ojos del alumno que se siente reconocido. Hay que estar preparado también para
reacciones inesperadas. A comienzos de este curso, nombré a una alumna y esta
me respondió con tono agrio: «Quítame el primer apellido. No quiero llamarme
así». Procedí a eliminarlo sin rechistar. Comprendí que toda una historia
de abandono y dolor familiar yacía bajo aquellas dos sílabas tachadas.
Una lista es, en fin, un escalafón en el que se
ordenan las personalidades de nuestros alumnos, y no precisamente de forma
alfabética. Están el revoltoso y el chistoso, cuyos nombres se recuerdan desde
el primer día. Se incorporan en seguida el estudioso, el charlatán, el díscolo,
el colaborador, el despistado, el vago impenitente. Pero siempre quedan una o
dos personitas discretas, que siguen la clase en silencio, que no interrumpen y
que cumplen con sus obligaciones de forma razonable, sin estridencias. Esas son
las personas cuyo nombre nadie recuerda, destinadas de forma invariable a un
largo anonimato. Merece la pena hacer un esfuerzo de memoria. La mirada que te
dirigen el día en que las llamas al fin por su nombre sin necesidad de mirar la
lista es uno de los acontecimientos callados que animan año tras año mi carrera
de docente. Y es que una lista es en el fondo un paseo por un campo plagado de
emociones. Tratándose de adolescentes, no podría ser de otra manera.
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