LOS CUADROS DE DICIEMBRE (2018)


Cuando alguien se enamora de un libro, se inicia un proceso de inmersión que salpica con frecuencia a las personas cercanas. Así me ha sucedido con Las viejas sendas, del escritor británico Robert MacFarlane, obra dedicada al hermoso acto de caminar y a la relación que por medio de él establecemos con el paisaje. Los senderos son, como no podía ser de otra manera, un elemento esencial de dicha reflexión. Pero mi intención al escribir estas líneas es hablar de pintura y precisamente a ese tema vuelvo, porque fue un apasionado lector de la obra de MacFarlane quien a través de sus páginas conoció al artista que traigo hoy a esta sección y compartió conmigo su entusiasmo ante dicho descubrimiento. Se trata del también británico Eric Ravilious, pintor e ilustrador, incansable recreador de los paisajes del sureste de Inglaterra. Con mucha frecuencia, sus obras recogen el complejo trazado de los caminos que atraviesan valles y lomas o se centran, como en este caso, en el misterio de un sendero que parece invitar al que lo contempla a emprender una caminata. Tarde lluviosa es el título de esta acuarela delicada y sugerente, con un cierto toque de ingenuidad. El paseante que sigue un camino de curvas envolventes no parece afectado por las ráfagas de lluvia ni por el ambiente invernal en el que los árboles muestran sus ramas desnudas. Todo es tranquilizador en esta escena: los preciosos árboles de hojas pintadas con infantil esmero, la sorprendente claridad que se cuela por entre los nubarrones. El más apacible de los chubascos parece cernirse sobre este campo encantador, hecho para el tránsito humano y para el disfrute de los andariegos.


Me encantan los gatos en la realidad y en cualquiera de sus reflejos en el arte. Con frecuencia me contengo para no incluir en esta sección más cuadros que los tengan como motivo central o secundario (en esos casos, me cabe siempre la duda de si mi inclinación se debe a motivos extrapictóricos), pero en esta ocasión me rindo a la expresividad y el rabioso colorido de la obra del pintor polaco Władysław Ślewiński titulada Mujer dormida con un gato. Como no podría ser de otra forma, lo primero que me atrajo fue la plasmación, tan cercana a su referente real, del sinuoso movimiento del animal que se restriega contra el vestido de su dueña y la plácida postura de reposo de esta. Dicha naturalidad en el reflejo de las actitudes de humana y felino está inmersa, curiosamente, en un universo que por su extremado cromatismo produce cierto extrañamiento en el que lo contempla, situándose en las antípodas de una escena cotidiana. A ello contribuye también una original inversión de la habitual asignación de colores: vivos tonos que contrastan violentamente para el fondo, el negro para las dos figuras centrales. El cuerpo de la mujer y el de su amigo felino son una superficie oscura en la que, sin embargo, se aprecian a la perfección los pliegues de la ropa y el volumen de los cuerpos. Ślewiński explora dos extremos y sale victorioso de ellos: es capaz de colocar juntos colores divergentes sin traspasar los límites de la armonía y de convertir una mancha negra en una superficie palpitante de vida.

Esta semana me ha costado más que otras veces renovar esta sección. Tenía seleccionados un par de cuadros posibles: un paisaje nocturno y una enigmática visión surrealista. Ambos eran hermosos, sugerentes y llenos de misterio;  por completo inadecuados para mi estado de ánimo de hoy. Estoy, como creo que la sociedad española en su conjunto, conmocionada por el último caso de secuestro y asesinato de una mujer. Es difícil quitarse de la cabeza esta nueva incursión en los terrenos del espanto. Por eso, cuando me he enfrentado a la tarea de buscar el cuadro de la semana, me ha venido a la memoria el hondo impacto que me causó contemplar en una exposición en Madrid, hace ya unos cuantos años, esta obra de uno de mis pintores favoritos: John William Waterhouse. Santa Eulalia recoge el momento en que, según las leyendas piadosas, el cuerpo sin vida de la mártir fue cubierto por una milagrosa capa de nieve. Waterhouse es un artista con tendencia a embellecer la realidad, pero en este caso nos da un puñetazo brutal desde su lienzo con el violento escorzo del cadáver, abandonado de cualquier forma sobre el suelo, con los cabellos revueltos y extendidos y con los brazos abiertos, en una postura de desvalimiento total. La atadura rota de la muñeca derecha, la semidesnudez de la joven y el torcimiento de sus piernas nos hablan de la mayor de las barbaries. En una recreación del contexto histórico muy típica de la época de su autor, la santa está custodiada por dos soldados romanos que impiden el acercamiento de personas más compasivas. Como ya he dicho aquí en más de una ocasión, soy poco amiga de la pintura de tema religioso, pero este lienzo de blancura sobrenatural me sobrecoge por lo que tiene de expresiva plasmación del fin de la inocencia. No hace falta explicar por qué eso me conmueve hoy de una forma especial.

En esta época de noches singulares (buena, vieja y cuantos adjetivos quiera añadir cada cual), traigo a esta sección al maestro de las escenas nocturnas, el pintor belga William Degouve de Nuncques. Al parecer, su compatriota René Magritte mostró su admiración por este cuadro, titulado La casa ciega. No es extraño: el mismo Magritte indaga en territorios similares en una serie titulada El imperio de las luces, en la que la misteriosa relación de un edificio con distintos tipos de iluminación (diurna, nocturna y artificial) crea una atmósfera inquietante que entra ya de lleno en el Surrealismo. Pero volvamos a Degouve de Nuncques. Como buen simbolista, busca lo que lo real tiene de sugerente, de apertura hacia otras realidades. Esta casa semioculta en la vegetación está dotada de una extraña animación; su fachada luminosa parece un rostro que nos observa furtivamente. La oscuridad que la envuelve resulta más profunda y enigmática que la que se deriva de la simple ausencia de luz solar. El cuadro se conoce también por los títulos de La casa cerrada, La casa rosa y La casa de los misterios. Tal proliferación de denominaciones nos dice mucho sobre la capacidad inspiradora de este artista. Los títulos alternativos que nombran su cuadro nos hablan de encierro, secretos, incapacidad para ver: con su técnica sencilla y su claridad compositiva, Nuncques explora como nadie los territorios sombríos que pisamos cada noche los que no podemos evitar sobrecogernos con la marcha diaria del sol.

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