VELAS QUE SE APAGAN
Hace
unos días leí con mis alumnos más jóvenes un cuento de Gianni Rodari que me
gusta especialmente. Se titula Voces
nocturnas y relata el curioso caso de un hombre ya mayor cuyo sueño es
interrumpido noche tras noche por el sonido de una persona que llora. El
protagonista no puede evitar levantarse y echarse a la calle en busca del
origen de ese llanto. La primera vez descubre a un vagabundo que se lamenta frente a su ventana, pero la segunda, su peregrinaje nocturno lo lleva al otro
extremo del país, y la siguiente, a un remoto confín del mundo. En esos
asombrosos e inexplicables viajes, va encontrando múltiples dramas humanos:
gente triste, necesitada, aislada, enferma, en la miseria, a la que el hombre
asiste como puede antes de regresar a su cama por la misma vía mágica por la
cual la abandonó. Nuestro protagonista está pronto sobrepasado y en estado de
agotamiento, pero aun así insiste en esa labor solidaria que sustituye a su
sueño. No puede hacer otra cosa, porque ha sido distinguido con un rasgo único
y terrible: la incapacidad para dormir mientras los demás sufren; la imposibilidad,
en definitiva, de dejarse adormecer por la indiferencia.
Hace
un par de días también, hemos sabido de una noticia que ha despertado nuestras
adormecidas conciencias con la furia de un cañonazo. No me voy a explayar en
los estremecedores titulares: «Una
anciana que tenía la luz cortada muere en un incendio provocado por una vela». La noticia en cuestión posee
todos los ingredientes necesarios para conmover hasta la médula a propios y
extraños y para provocar la ira contra los poderosos. La vela que fue causa del
fatídico fuego ha encendido en dos días otros muchos incendios. Se clama contra
la compañía eléctrica, los servicios sociales, el ayuntamiento. Los acusados se
pasan mutuamente el clavo ardiente de la responsabilidad, frente a la
indignación popular. Se nos ha llenado la boca de reproches, nos faltan dedos
sobre el teclado para protestar.
Tal
vez porque soy más tendente a la introspección que a la ira, llevo un par de
días dándole vueltas a la imagen de la anciana rodeada de velas, pensando en
cuántas otras personas como ella, ancianas o jóvenes, niñas o de mediana edad,
andarán en mi entorno calentando su precaria existencia a base de velas de
diversas índoles, cuyo humo pasa frente a mi nariz sin que mi olfato lo
registre. Imaginándome en una posición de poder y mirando para otro lado frente
a las miserias individuales con tal de no restar unos cuantos ceros a mis
beneficios. Siendo consciente de que cada noche duermo plácidamente mientras innumerables
llantos cruzan la superficie del planeta. A mí esta noticia que parece diseñada
a propósito para conmocionar me ha conducido a pensamientos muy negros. En mi
caso, las velas no han causado un incendio. Mis velas parpadean, sus llamas se
hacen cada vez más tenues y se van extinguiendo una a una. Como la esperanza.
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