INICIALES QUE SON NOMBRES
He
leído bastante a lo largo de mi vida sobre Emily Brontë (pocas figuras
literarias me fascinan tanto como ella), pero desconocía por completo su historia
de amor con Robert Clayton. Una historia atípica, intensa y truncada que, según
narra Ángeles Caso en su libro Todo ese
fuego, unió a la hija del reverendo Brontë con un muchacho de clase trabajadora
en el tránsito de la infancia a la edad adulta.
De Emily Brontë no se podía esperar una relación sentimental al uso: era bronca, solitaria e independiente; vivía en estrecho contacto con una naturaleza tan poco sometida a normas como ella y escribía con una violenta pasión que en su época resultaba de dudosa moralidad incluso para un autor del sexo masculino. Robert Clayton pertenecía a una familia pobre y deambulaba con total libertad por el salvaje entorno que rodeaba a la rectoría. Cuenta Ángeles Caso que la hija del reverendo y el muchacho de origen humilde fueron compañeros de juegos y al enfilar el camino de la adolescencia se sintieron unidos por una fuerza especial que no tuvieron tiempo de encauzar porque la presión social y la posterior tragedia se encargaron de separarlos: ella fue enviada a un internado para alejarla de una relación que se consideraba inadecuada y solo regresó al hogar familiar a tiempo de enterarse de la prematura muerte de Robert. Es inevitable vincular esta historia truncada con el desgarro de los poemas amorosos de Emily y con la pasión arrebatada que envuelve a Catherine y Heathcliff, los protagonistas de Cumbres borrascosas.
De Emily Brontë no se podía esperar una relación sentimental al uso: era bronca, solitaria e independiente; vivía en estrecho contacto con una naturaleza tan poco sometida a normas como ella y escribía con una violenta pasión que en su época resultaba de dudosa moralidad incluso para un autor del sexo masculino. Robert Clayton pertenecía a una familia pobre y deambulaba con total libertad por el salvaje entorno que rodeaba a la rectoría. Cuenta Ángeles Caso que la hija del reverendo y el muchacho de origen humilde fueron compañeros de juegos y al enfilar el camino de la adolescencia se sintieron unidos por una fuerza especial que no tuvieron tiempo de encauzar porque la presión social y la posterior tragedia se encargaron de separarlos: ella fue enviada a un internado para alejarla de una relación que se consideraba inadecuada y solo regresó al hogar familiar a tiempo de enterarse de la prematura muerte de Robert. Es inevitable vincular esta historia truncada con el desgarro de los poemas amorosos de Emily y con la pasión arrebatada que envuelve a Catherine y Heathcliff, los protagonistas de Cumbres borrascosas.
Reconozco
que me sorprendió (e incluso me incomodó un poco) descubrir tan importante
laguna en mi conocimiento sobre una figura que siempre ha sido objeto de mis
preferencias. Me tranquilizó un tanto leer la explicación biográfica y
bibliográfica que cierra el libro: en ella la autora da testimonio de su
posición a medio camino entre lo histórico y lo novelesco; la obra está
sustentada en una sólida documentación, pero da cabida a elementos subjetivos e
incluso inventados que sirven para dotar de vida a los personajes. El episodio
de la frustrada relación entre Emily y Robert Clayton está en el filo entre
ambos territorios, y el descubrimiento de los elementos que le sirven de base
constituye en sí mismo un hermoso relato.
A
partir de 1836, la poesía escrita por Emily Brontë sufrió un giro inesperado y
adoptó un tono sombrío del que carecía hasta ese momento. Los estudiosos no han
sabido hallar la razón de ese cambio en el estado de ánimo de la escritora: a
pesar de tratarse de una figura puntera de la literatura inglesa, su
trayectoria vital y su atípica personalidad son en bastantes aspectos un
enigma. Decidida a encontrar el motivo de tan repentina tristeza, la
investigadora Sarah Fermi realizó pesquisas que la llevaron a conectar dos
datos: las misteriosas iniciales “R. C.” que aparecen junto a uno de los poemas
de Emily y el testimonio del entierro en el cementerio cercano a su casa de un
joven humilde llamado Robert Clayton, de la misma edad que ella, muerto
precisamente en 1836. La citada investigadora no se ha atrevido a dar por
segura la relación entre ambos, pero Ángeles Caso sí: es un privilegio de los
novelistas dar carta blanca a los hijos de su imaginación.
No
sé si desear que esta historia terrible y emocionante haya sido real. De todo
lo que cuenta Ángeles Caso, me quedo con el poder evocador de las iniciales
escritas por Emily al lado de uno de sus poemas. Correspondan o no a Robert
Clayton y fueran suscitadas por su amor frustrado hacia él o hacia otra
persona, esas dos mayúsculas encierran sin duda un sinfín de sentimientos. Me
impresiona la capacidad de unos simples signos para albergar ilusión, deseo,
pasión, recuerdos dolorosos, añoranza, pérdida. Inevitable acordarse de quien mejor supo plasmar ese
mundo de sugerencias, el gran Antonio Machado, cuando en Campos de Castilla describía con estas
palabras los árboles de las orillas del Duero:
Estos chopos del río, que
acompañan
con el sonido de sus hojas
secas
el son del agua cuando el viento
sopla
tienen en su cortezas
grabadas iniciales que son
nombres
de enamorados, cifras que
son fechas.
Se ve interesante la historia
ResponderEliminarLo es. Hermosa e improbable. Pero lo hermoso no necesita ser real para continuar siendo hermoso.
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