FOTOGRAFIANDO SUEÑOS
Nacida
como un modo de captar la realidad de forma fidedigna, la fotografía ha servido
también desde sus mismos orígenes para crear mundos de fantasía. Es una lógica
unión de contrarios: cuanta más sensación de existencia real se proporcione a
lo imaginario, con más fuerza impactará en el cerebro del espectador. Es la
misma razón que lleva a muchos pintores surrealistas a plasmar sus mundos
oníricos con una técnica detallada y cercana en ocasiones al hiperrealismo. Un
paisaje extraído de un sueño, un escenario imposible, un ser que solo habita en
el cerebro de su creador: plásmalos de forma minuciosa, emulando las leyes
físicas del mundo en el que nos desenvolvemos, y les otorgarás una increíble
vitalidad.
Pero
volvamos a la fotografía. El despliegue de recursos digitales de los últimos
años ha traído consigo un florecimiento ―las redes sociales son testigo― de
artistas de la cámara que crean universos personales, extraídos de lo más
profundo de su subconsciente. La imagen digital tiene tantas posibilidades de
ser modificada que no hay escena, por muy estrafalaria o irreal que sea, que no
tenga posibilidades de ser creada. Son fotógrafos que gozan de mucha
popularidad, aunque con frecuencia no se conocen sus nombres; los cibernautas
comparten con denuedo sus obras en muros de Facebook y blogs, acompañándolas de
mensajes de asombro o de frases sugerentes. Será que ese mundo oscuro más allá
de la razón nos toca un poco a todos.
El
artista al que dedico esta entrada se sitúa en la línea que acabo de señalar,
pero presenta una peculiaridad que lo singulariza. Se llama Oleg Oprisco, es
ucraniano y, si mis informaciones no fallan, ronda la treintena. Este joven es
el creador de un universo personal, casi siempre femenino, en el que sus
protagonistas posan en enclaves reales a los que la imaginación del fotógrafo
dota de un carácter sorprendente. Estas modernas Alicias parecen haberse colado
en pos de un Conejo Blanco en un mundo en el que las dimensiones se invierten,
las alturas se hacen vertiginosas, los colores se disparan y los objetos
cotidianos cobran un significado distinto. Está claro que se trata de imágenes que
su autor ha modificado aprovechando los recursos de la fotografía digital,
sobre todo en lo relativo al colorido, pero lo curioso de Oprisco es que no
introduce ninguna figura ni objeto después de realizar la toma; sus modelos
están realmente encaramadas en sitios inesperados, portan objetos de tamaños
desmesurados, visten y tienen cabelleras que hacen juego con el entorno, o se
convierten ellas mismas en pequeños puntos en medio de paisajes enormes que las
abruman. El fotógrafo actúa como un escenógrafo que dispone todos los elementos
(vestuario, pose, atrezzo, luces) antes de apretar el botón de su cámara. Los
resultados son siempre poéticos y sugerentes: hermosas escenas extraídas de
sueños, no sabemos si los que su autor tiene o los que le gustaría tener. Al
contemplar sus fotografías, me viene a la cabeza ese momento de duermevela en
que la conciencia empieza a perder su dominio y uno se adentra en territorios
oníricos que no se imponen del todo, en los que todavía se puede decidir la
deriva de la historia o introducir elementos del agrado del que sueña. Oprisco
se sirve de su cámara para dar realidad física a todas esas elecciones. Feliz
él.
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