FAMILIAS DE PIEDRA
Descargo
las fotos de mi reciente viaje a Berlín y de la cámara sale arte a raudales.
Lienzos, pinturas sobre muros. Fachadas suntuosas y austeras, clásicas y
ultramodernas. Esculturas por doquier: en jardines, edificios, fuentes, museos.
Estoy dispersa y confusa como corresponde a quien ha visto muchas cosas de
interés en un tiempo en comparación demasiado corto, pero un hilo sutil va
uniendo varias de las imágenes mientras las ordeno y archivo en una carpeta de
mi ordenador. Va así cobrando forma esta entrada que habla de la capacidad para
transmitir emociones del que es en apariencia el más frío de los materiales: la
piedra. Bajo su superficie se albergan sentimientos que unieron a personas
desaparecidas hace siglos; se preservan para la posteridad los destellos
instantáneos del amor, la camaradería y la lealtad, de la felicidad y del
sufrimiento compartidos. Voy a hablar, en concreto, de familias. De parejas, de
padres e hijos, de hermanos que han quedado detenidos en el tiempo, a merced de
nuestra contemplación, sacados del interior de la piedra por la pericia de un artista.
Este joven que se apoya delicadamente en un bastón e intercambia con su compañera una mirada que dura ya treinta y tantos siglos es Tutankamón, el rey de precaria salud, corta vida y larga fama en la posteridad. En torno a 1335 a.C., un escultor cuyo nombre desconocemos plasmó a la real pareja en este bajorrelieve conocido como Paseo por el jardín, que se expone en la Sala Amarna del Neues Museum. Qué decir del elegante ritmo de los cuerpos, de la bella policromía conservada de forma tan extraordinaria, del enternecedor gesto con el que la mujer acerca las flores al rostro de su marido. Los ojos de ambos, plasmados con esa singular perspectiva peculiar de las representaciones del antiguo Egipto, consiguen, pese a todo, estar fijos en los del compañero en una mirada que habla de unión, de caminos compartidos, de breves momentos de dicha en medio de la gravedad de los asuntos de estado.
Este joven que se apoya delicadamente en un bastón e intercambia con su compañera una mirada que dura ya treinta y tantos siglos es Tutankamón, el rey de precaria salud, corta vida y larga fama en la posteridad. En torno a 1335 a.C., un escultor cuyo nombre desconocemos plasmó a la real pareja en este bajorrelieve conocido como Paseo por el jardín, que se expone en la Sala Amarna del Neues Museum. Qué decir del elegante ritmo de los cuerpos, de la bella policromía conservada de forma tan extraordinaria, del enternecedor gesto con el que la mujer acerca las flores al rostro de su marido. Los ojos de ambos, plasmados con esa singular perspectiva peculiar de las representaciones del antiguo Egipto, consiguen, pese a todo, estar fijos en los del compañero en una mirada que habla de unión, de caminos compartidos, de breves momentos de dicha en medio de la gravedad de los asuntos de estado.
El
Bode Museum es un espectacular edificio que se abre sobre el río Spree como un
navío macizo y suntuoso. En él se alberga una amplia colección de escultura que
va desde la más remota Edad Media hasta el siglo XVIII. Repasando las fotos que
hice durante mi visita, me doy cuenta de la abundancia de representaciones de
la Virgen con el Niño: imágenes hieráticas o expresivas, tiernas o solemnes,
que ilustran los diferentes conceptos de maternidad a lo largo de la historia.
Me quedo con esta del escultor holandés del siglo XV Nikolaus Gerhaert. Exuberante y barroca, esta
hermosa mujer que sostiene a duras penas a un bebé esplendoroso tiene más de
imagen terrenal que sagrada; los ricos pliegues de su túnica, la increíble
cascada de su melena, el gesto divertido y juguetón del niño, nos sitúan en un
terreno muy humano, el de una madre y un hijo firmemente asentados en un mundo
bello, de realidades inmediatas, de disfrute de los sentidos.
Es
el emblema de la Alte Nationalgalerie, el museo que alberga la colección de
arte decimonónico: la Doble estatua de
las princesas Luisa y Federica de Prusia, esculpida a finales del siglo
XVIII por el escultor alemán Johann Gottfried Schadow. Y es ―doy fe― una
delicia de cuya contemplación resulta difícil sustraerse. Dejando al margen el
solemne protocolo de los retratos de corte, Schadow dio forma a la perfecta
encarnación de la camaradería fraterna. La naturalidad del gesto con que se
enlazan las dos jóvenes nos habla de confianza, de complicidad, de la fuerza del
afecto para enfrentar las adversidades de la vida. Luisa, dos años mayor, es
representada mirando hacia el horizonte, como previendo las complejidades de su
condición de heredera al trono; Federica, la pequeña, le toma la mano en un
tierno gesto de apoyo. La vida late debajo de cada centímetro de la superficie
fría y pulida del mármol. Como sucede con las grandes obras de arte, esta
escultura nos transmite emociones universales y perfectamente transferibles: las
dos regias hermanas están unidas por un sentimiento fraterno idéntico al que
animaría al más humilde de los súbditos de su reino, al que anima hoy en día a
cualquiera de los visitantes que detiene sus pasos frente a ellas.
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