ÚLTIMAS CHARLAS CON MANKELL
Uno
no suele demorar las lecturas que le atrapan: al contrario, está deseando
encontrar un hueco en la rutina diaria para sumirse en ellas. Le gustaría que nunca
se terminaran, pero no puede hacer gran cosa por evitarlo; las páginas fluyen,
ligeras, hacia el final. Según esto, de lo mucho que he tardado en leer este
último libro de Henning Mankell se podría inferir que no ha suscitado demasiado
mi interés. Nada más lejos de la realidad. He encontrado en él tantos motivos
de gozo e identificación que me producía enorme alegría tenerlo sobre la
mesilla de noche, esperándome. Y, sin embargo, me he complacido en abusar de su
paciencia, en alternarlo con otras lecturas, en retrasar el avance del
marcapáginas. La razón era, precisamente, que se trataba del último libro de
Mankell. Llegar a su línea final me parecía como dar por zanjada una larga
conversación con un amigo.
Arenas movedizas no es lo que solemos entender por un libro de
memorias, el repaso más o menos ordenado de la vida de una persona de cierta
edad. Es más bien un álbum de recuerdos de un viajero que se ha dedicado a
retratar paisajes y personajes en lugar de a sí mismo, pero que a través de
ellos nos deja una fuerte impronta personal. Ante la noticia de que padecía un
cáncer, Mankell acudió a todo aquello que le podía dar armas para enfrentarse
al miedo y al dolor; en su libro repasa las obras de arte que le han impactado,
recupera de la memoria anécdotas y gestos humanos que nos hermanan a todos,
medita sobre temas históricos o científicos que nos hablan del inexorable paso
del tiempo, de lo que desaparece y lo que perdura. Adentrarme en ese álbum
personal de la mano de este viajero lúcido e inquieto ha sido para mí un enorme
placer y un constante motivo de reflexión. Me ha proporcionado, además, la
gozosa sensación de estar charlando con su autor de forma distendida, saltando
de un tema a otro, sin más hilo conductor que el de la mutua comprensión y la
amistad.
La
primera de las obras de arte a las que Mankell pasa revista aparece en el
segundo capítulo del libro. Se trata de una pintura sorprendente y de escasa
difusión fuera de círculos locales. Fue realizada a finales del siglo XVIII y se
encuentra en la iglesia de una población del sur de Suecia llamada Släp. Es el retrato de la
familia del pastor Gustaf Fredrik Hjortberg, un hombre ilustrado, viajero y
discípulo del naturalista Linneo. El cuadro está firmado por Jonas Durch y
posee escaso mérito artístico: las figuras son rígidas y con abundantes errores
anatómicos; la perspectiva de la habitación está ejecutada con notable torpeza.
Pero el interés que suscitó esta obra en Mankell hay que buscarlo en otro
sitio.
La familia del pastor Hjortberg era, como solía
ocurrir en aquella época, muy amplia: el marido, la esposa, siete hijos y ocho
hijas. Es inevitable sonreír ante la enorme tropa de chiquillos primorosamente
ataviados, ellos con casacas de terciopelo azul, ellas con vestidos de brocado
gris plata. Dos de las niñas son apenas bebés y están representadas dentro de
sus respectivas cunas; conocemos su sexo porque se encuentran en torno a la
madre, igual que los chicos se alinean por orden decreciente de estatura junto
al pastor, en una clara plasmación de la tajante separación por géneros. Todo
es limpio, apacible y cordial en esta escena familiar. El padre tiene mirada
inteligente y sonrisa benévola. El resto de los personajes sonríe también: el
más pequeño de los muchachos, que sujeta por la cola a un lémur ―traído, sin
duda, en uno de los largos viajes de su padre―, lo hace con un gesto de
picardía encantador. Es una casa con libros, con objetos que denotan estudios y
cultura, con un crucifijo que muestra la estricta observancia religiosa. Es el
retrato de una familia feliz. Y, sin embargo, el espectador del cuadro no puede
dejar de sentir cierta inquietud al contemplarlo.
El foco de inquietud proviene de siete de los quince jóvenes personajes que pueblan la estancia. Mientras sus hermanos nos ofrecen su sonrisa traviesa o serena, apenas nos es posible contemplar los rostros de estos tres chicos y tres chicas ―una de ellas bebé― que aparecen parcialmente retratados, asomándose apenas tras los hombros de sus hermanos o dándonos la espalda. Uno se plantea qué extraña decisión paterna llevó a colocar a estos hijos en un segundo plano con respecto a los demás. La razón es sobrecogedora: se trata de niños que habían muerto en el momento en que se realizó el retrato y que, aun así, fueron incluidos en la representación familiar. Ya no están en el mundo físico, pero se resisten a desaparecer. En palabras de Mankell, «no conozco ninguna imagen más potente de la tozudez maravillosa de la vida».
A mí estas conversaciones con Mankell me han
consolado de la desaparición de un autor que durante años me ha proporcionado
cientos de páginas de agradable lectura. Incluyo a continuación el enlace a los
tres primeros capítulos, porque tengo la convicción de que a alguien más le
puede resultar reconfortante. Sospecho que es un libro al que volveré ante la
pérdida de alguien querido o cuando la presencia de la muerte me ronde, si es que
tiene la gentileza de avisar. Es un libro que reconforta, que habla de lo que
nos une a todos los mortales, de las grandes cosas que nos hacen ser una muesca
insignificante en la eternidad, de los pequeños detalles hermosos que nos
vuelven inmensos e inolvidables.
hola,
ResponderEliminarInteresante reseña. Yo de este autor sólo he leído "el mar",y me produujo un gran desasosiego, aunque reconozco que es un gran escritor. Gracias.
Gracias por tu comentario, Valeria. Me alegro mucho de que la reseña te haya resultado interesante. Lo que no tengo muy claro es a qué libro de Mankell te refieres; no recuerdo ninguno con ese título. Si vuelves a pasarte por este espacio, me encantaría que me lo aclararas. Siempre serás bienvenida.
EliminarDe este autor yo he leído toda la saga policiaca de Wallander, porque me gusta la novela negra, pero en realidad debería catalogarse como novela costumbrista, porque expone con muchísima naturalidad esas cosas que nos pasan a todos todos los días y de las que nadie habla.
ResponderEliminarTengo pendiente una novela suya que le regalé a mi madre que trata de la construcción del ferrocarril...
A mí también me gusta la novela negra y Wallander es de mis investigadores favoritos. Me leí la saga de un tirón y llegó un momento en que me parecía más un amigo que un personaje de novela... Te dejo el enlace a una entrada que trata sobre él y sobre Brunetti, el policía de Donna Leon.
Eliminarhttp://beatrizolivenza.blogspot.com.es/2011/06/pensamientos-de-color-negro.html
Me alegro mucho de encontrarte por aquí. Gracias por comentar.
Hola Beatriz: recién empecé con Arenas Movedizas y siento lo mismo que vos !! siento que estoy charlando con un viejo amigo al final de su vida ( y tal vez la mía...aunque nosotros nos creamos inmortales !! ) Vine corriendo a Internet a buscar la pintura del pastor sueco y su familia y la encontré en tu blog, gracias miles !! Seguiré adelante con mi amigo Mankell, me hace reflexionar mucho este tipo =) Besos desde un pueblito de Argentina.
ResponderEliminarHola, Carlos: Es una de las grandes cosas de la literatura, la posibilidad de sentir esa proximidad de la que hablas con respecto a un completo desconocido... y, de rebote, la de experimentar emociones similares a las de otros lectores, como nos ha ocurrido a ti y a mí frente al libro de Mankell. Gracias por tus palabras, venidas de tan lejos, pero que, al mismo tiempo, me suenan tan cercanas.
EliminarHola Beatriz, muy puntual tu reseña, para mí esté es un libro que he postergado en su lectura, aunque en su serie de Kurt Wallander, y especialmente en el libro en el que ya aparece su hija Linda, como parte del mismo cuerpo policíaco, tiene un final, para mí bastante demoledor, el saber que el libro que reseñas fue lo último que leeré de él me deja sin un asidero en la librería, ya que ya no veré en los estantes un libro más escrito por él; quizá por eso postergó y vuelvo a postergar su lectura para sentirlo como parte de este mundo que creo que mientras se recuerde a una persona que se ha ido, sigue estando presente.
ResponderEliminarTe comprendo perfectamente. Postergar la lectura de este libro es reservarse una última posibilidad de charlar con alguien a quien se siente muy cercano. Yo me he consolado recientemente de la ausencia de Mankell leyendo su primera novela, "El hombre de la dinamita", que fue publicada en España hace unos meses. En ella no están el entrañable Wallander ni elementos biográficos de su creador, pero sí que encontramos la extraordinaria sensibilidad de este, su sentido de la justicia y su mirada lúcida y solidaria sobre los desfavorecidos. Esos rasgos, en definitiva, que hacen de él un autor del que resulta tan difícil prescindir.
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