CORRESPONDENCIAS (I)
Charles
Baudelaire puso el título de Correspondencias
a uno de los poemas iniciales de su libro Las
flores del mal. En él, plantea la idea del mundo físico como un conjunto de
estímulos que son símbolos de realidades ocultas que el poeta debe interpretar.
Concibe nuestra existencia como el tránsito por un bosque lleno de olores y
sonidos que establecen misteriosas conexiones ―correspondencias, en definitiva― entre sí.
A
mí me gusta imaginar el mundo de la creación artística como ese bosque de
Baudelaire; el amante de la literatura o de las artes plásticas deambula por
él, se admira ante cuadros y esculturas, lee con apasionamiento líneas y versos
en los que se reconoce, y de pronto se siente sacudido por la impresión de que
entre obras muy diversas se establece una corriente de afinidad. A mí me ocurre
con cierta frecuencia: un pasaje de un libro me trae a la cabeza las imágenes
creadas por un pintor o recogidas por un fotógrafo; me detengo en una
exposición frente a un cuadro que me resulta extrañamente conocido y que, según
descubro al final, no refleja mi propia experiencia sino la que alguien me
comunicó a través de la literatura.
No
he podido, pues, evitar tomarle prestado el título al gran poeta para crear una
sección en este blog en la que se irán dando cuenta de algunas de esas
sugerentes correspondencias.
«El tranvía, dando un salto y recostándose como un navío, dejó atrás los límites de la ciudad, precipitándose cuesta abajo entre luces perfumadas y vastas extensiones de sombra que olían a hongos. Aquí y allá, las aguas de los arroyos reflejaban rápidamente las vías, y las hojas de los árboles filtraban el sol como un vidrio verde. Se deslizaron murmurando por campos donde se mecían los girasoles, pasaron ante estaciones abandonadas donde sólo quedaba el confetti de los agujereados billetes, y siguieron un arroyo, internándose en el país del verano…»
(Texto: El vino del estío de Ray Bradbury. Imagen: Locomotora de Robert Vickrey)
«Después, siempre, están los objetos, las pertenencias olvidadas, las cosas abandonadas. A estas alturas, ya tiene miles de fotografías, y entre su creciente archivo pueden encontrarse imágenes de libros, zapatos y cuadros al óleo, pianos y tostadoras, muñecas, juegos de té y calcetines sucios, televisores y juegos de mesa, vestidos de fiesta y raquetas de tenis, sofás, lencería de seda, pistolas de silicona, chinchetas, soldaditos de plástico, barras de labios, rifles, colchones descoloridos, cuchillos y tenedores, fichas de póquer, una colección de sellos y un canario muerto que yace en el fondo de su jaula. No sabe por qué se siente impelido a tomar esas fotografías. Comprende que es una empresa vana, que a nadie puede ser de utilidad, y sin embargo cada vez que pone los pies en una casa, siente que las cosas lo llaman, que le hablan con las voces de la gente que ya no está, pidiéndole que las mire una vez más antes de que se las lleven.»
(Texto: Sunset Park de Paul Auster. Imagen: Años
después de
Anja Millen)
«Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Había cinco. Cinco guías, sentados en un banco en el exterior del convento que se encuentra sobre el collado del Gran San Bernardo en Suiza, absortos en las cumbres lejanas tintadas por la puesta de sol, como si una considerable cantidad de vino hubiera sido escanciada sobre la cima de la montaña y no hubiera tenido tiempo de hundirse en la nieve.»
(Texto: Para leer al anochecer de Charles Dickens. Imagen: Camino a Shambhala de Nikolái Roerich)
«Escrito a lápiz. En una barra de grafito está contenido el mundo. A lo que más se parece eso que algunos llaman vida es a una línea serpenteante que parte de la mano y sigue una ruta continua, sin interrumpirse nunca, y el mismo trazo que modela la vasija del alfarero es el que modela la nervadura de la hoja en el árbol, se prolonga en la curva de la ola y coincide con el perfil de algunas mujeres, muy pocas, que nos hicieron temblar».
(Texto: Fotosíntesis de Eloy Tizón. Imagen: M. C. Escher, Manos
dibujando)
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