MIS FOTÓGRAFOS (X)
Christophe Jacrot es un director de cine y fotógrafo francés aficionado a captar la influencia en el paisaje natural y urbano de las condiciones atmosféricas que en el lenguaje coloquial englobamos bajo la etiqueta de “mal tiempo”. Ha realizado varias series fotográficas en las que la nieve, la lluvia y la niebla transforman el entorno o se erigen en auténticas protagonistas. A mí me gusta especialmente la serie titulada In the mood for rain, que reúne fotografías tomadas en puntos variados del planeta y que tienen como nexo de unión la presencia de la lluvia. Jacrot sitúa su cámara al aire libre, en plena naturaleza o en la ciudad; se deleita en la captación de los paisajes lavados por el agua, dirige su objetivo hacia el juego de los reflejos sobre el suelo mojado o lo sitúa tras un cristal cubierto de gotas que ejerce la función de filtro transformador de la realidad. Algunas de estas fotografías son extremadamente artificiosas por el tratamiento de la luz y del color; es el caso de la que encabeza estas líneas, titulada La ventana (Lisboa), en la que el acentuado cromatismo y el contraste entre la iluminación de la calle y la del interior crean un ambiente irreal y lleno de misterio. El punto de vista elevado contribuye a aumentar la sensación de que estamos sobrevolando el escenario de un sueño. Los que defienden que la fotografía debe ceñirse a la captación estricta de la realidad denostarán sin duda el carácter artificial de esta imagen, su condición de producto modificado por medio de una intervención posterior. Yo no pienso entrar en esa controversia; esta obra salida de la cámara de Jacrot posee para mí la autenticidad de ser capaz de expresar en toda su plenitud el componente mágico que hay en una simple noche de lluvia.
Esta
imagen fue captada en Los Ángeles en 1963 por la fotógrafa estadounidense Mary
Frampton y se titula A través de la
ventanilla mojada. Se trata de una instantánea deliciosa que habla de
felicidad infantil, del asombro frente a las cosas, de la belleza del momento.
El expresivo gesto de la niña que observa el exterior desde dentro del coche nos
remite seguramente a nuestras propias fotos de infancia: todos hemos posado en
algún momento frente a la cámara como esta pequeña que abre la boca en una
muestra de alegría y admiración. El filtro del cristal cubierto de gotas de
lluvia es lo que impide que esta imagen sea un simple recuerdo familiar y la
convierte en una pieza hermosa y singular. Ya he hablado en numerosas ocasiones
en esta sección del poder visual de la lluvia, capaz de embellecer el más
modesto de los rincones o de proporcionar un carácter evocador a la escena más
trivial. Para mí este rostro cuyos contornos se difuminan tras el cristal
empañado posee una enorme capacidad de sugestión; me parece un símbolo de la
infancia atesorada en el fondo de nuestros corazones, detenida para siempre en
su maravillosa espontaneidad por el poder del recuerdo.
En
este verano en el que el calor está teniendo una especial presencia, me parece
más que oportuno traer a esta sección la fotografía titulada Veraneando en la ciudad, realizada en
1959 por la fotógrafa de origen alemán y nacionalizada argentina Annemarie
Heinrich. Todo en esta imagen parece hablarnos de altas temperaturas: la
lánguida pose de la modelo, que se ha desprendido de sus zapatos y ha
interrumpido su lectura para dejarse vencer por el sopor; el cielo despejado y
la nítida sombra de la pierna de la joven que el sol en su apogeo proyecta
sobre la chimenea. La fotografía consigue mantenerse en un delicado equilibrio
entre artificio y naturalidad. Por un lado están la preparada actitud de la
modelo y la disposición de los objetos; por otro, ese maravilloso escenario
natural que es la parte superior de una ciudad, con sus contrastes de luces y
sombras, con sus recovecos y escaleras, sus tejados y azoteas. Para los que
gustamos de encaramarnos a las alturas a la menor ocasión, semejante telón de
fondo es una llamada irresistible, un laberinto en el que uno puede jugar ―aunque
solo sea con la mirada― a perderse, a trepar, a entrar en espacios ajenos, a
escabullirse y a espiar. Una posibilidad nada desdeñable para, como señala el
título de la fotografía con un guiño humorístico, veranear en la ciudad.
Esta
imagen pertenece a la serie titulada Road
story, firmada por Victor Eredel,
un joven artista ruso que se mueve con comodidad entre distintas disciplinas y
que en este caso se desenvuelve en un territorio fronterizo entre la fotografía
y el cine. Parece más bien, de hecho, el fotograma de una película. El autor
procede voluntariamente como un director de escena que busca para sus actores
una localización adecuada y los dispone luego en la actitud precisa. El
completo desenfoque de la figura del primer término es lo que antes llamó mi
atención y lo que hace que esta imagen me resulte tan sugerente. Es fácil que
la imaginación se dispare para poner en pie una historia que sirva de base al
cruce de miradas entre el hombre cuyos rasgos apenas adivinamos y la muchacha
que parece a punto de emprender un viaje. ¿Dos amantes que se separan y se
despiden en silencio? ¿Un hermano mayor que ve cómo la que ya no es una niña
sale al mundo? ¿Una pareja a punto de olvidar sus diferencias y volver a
reunirse? ¿Dos desconocidos que se cruzan y se sienten atraídos? La
ambientación evocadora (esa maleta de las de antes, esos vagones antiguos…) y
el colorido voluntariamente artificioso, con un viraje hacia el sepia, terminan
de dotar a la escena de encanto y sugerencia. La curiosa ubicación de los
personajes sobre las vías mismas del tren nos remite a la gran incógnita que se
desprende de esta historia apenas esbozada: la de la materialización o no del
viaje que no sabemos si la joven llegará finalmente a emprender.
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