NOCHES DE SAN JUAN
Tengo recuerdos
variados, algunos bastante atractivos, de la noche de San Juan. Uno de los más
antiguos me obliga a retroceder veinte años. Acababa de terminar mis estudios de
Arte Dramático y el profesor de interpretación nos invitó a todos sus alumnos a
pasar el día en su casa de la sierra de Madrid. Como el profesor en cuestión es
levantino y la excursión coincidió con la víspera de San Juan, a la puesta de
sol encendió una hoguera en el jardín y se puso a saltar por encima de ella.
Aunque he tenido contacto posterior con algunos de mis compañeros, es mi último
recuerdo de aquel grupo con el que había compartido tres intensos años de mi
vida reunido en su totalidad: el profesor y varios valientes saltando por
encima de las llamas. No todos los colectivos de los que he formado parte
tienen la suerte de haber quedado fijados en mi recuerdo con una imagen tan
hermosa.
Unos años después, la
misma fecha me pilló en uno de esos lugares del planeta que la tienen señalada
en rojo en el calendario. Vivía yo por aquel entonces en la vetusta población
menorquina de Ciudadela, en uno de cuyos institutos había estado dando clases
durante ese año. Yo esperaba la fiesta de Sant Joan con auténtica expectación:
los palacios abrían sus puertas a los forasteros, hermosísimos caballos
inundaban la ciudad; la perspectiva era realmente halagüeña. Curiosamente, el
recuerdo que guardo de esta celebración es confuso y abigarrado, casi diría que
amenazador. Llevo mal las multitudes, y más las multitudes bañadas en alcohol. De
aquella noche me vienen a la memoria con especial viveza dos imágenes: la
primera es la de un circunspecto compañero, profesor de Latín, al que me
encontré en estado de exaltación etílica y que prácticamente se me derrumbó en
los brazos antes de que se lo llevara en volandas la marea humana; la segunda
es la del casco de un caballo, prisionero del gentío, pasando a escasos centímetros
de mi cara. Eso sí, esta nit de Sant Joan
está también para mí teñida de nostalgia, porque en ella me despedía de
personas con las que había compartido un curso de exilio insular y con las que
había establecido fuertes lazos. Está claro que en la noche de San Juan siempre
estoy en trance de decir adiós a algo, aparte de a la primavera.
Pero mi noche de San
Juan preferida transcurre en un bosque poblado de criaturas extraordinarias y
juguetonas que dirimen sus diferencias a base de implicar en ellas a mortales
incautos. La creó hace más de cuatrocientos años un tipo genial al que durante
todo este tiempo hemos llamado William Shakespeare, aunque cada vez se ponga más
en duda su autoría. También corren teorías distintas sobre la localización
temporal de la obra a la que me refiero: principios de mayo, mediados de
verano, noche de San Juan. Como el ámbito de la literatura es también el de la
libertad total, yo tengo claro que esta historia de hadas, enamorados y cómicos
llamada Sueño de una noche de verano transcurre
precisamente en la noche más breve del año.
Mi primera incursión en
este mundo fascinante se la debo al director teatral Miguel Narros,
desaparecido hace ahora precisamente un año. Él puso en pie a mediados de los
ochenta un montaje fresco e innovador que nos dejó boquiabiertos a los jóvenes
que iniciábamos por aquella época nuestro contacto con el teatro. Nunca olvidaré
la imagen que abría la obra: el duende Puck, encarnado por el actor José Pedro
Carrión, se descolgaba en una tirolina sobre el patio de butacas y dejaba caer
sobre los espectadores dos puñados de confeti brillante, como una cascada de
estrellas. A partir de ese instante, se desplegaron frente a mis ojos atónitos la
tormentosa relación entre la reina y el rey de las hadas, las travesuras del
duende Puck, las evoluciones de los cuatro enamorados perdidos en el bosque y
en la confusión de sus sentimientos cruzados, los hilarantes esfuerzos de los rústicos
que ensayan una función teatral para honrar la boda de sus señores. Amores,
equívocos, flores con poderes portentosos, teatro dentro del teatro; o lo que
es lo mismo, la más completa felicidad. Las nociones que yo tenía sobre la obra
a través de mis clases de literatura palidecieron ante aquel despliegue. Sentada
en mi butaca del primer piso del teatro Español, me enamoré perdidamente y para
siempre, porque comprendí que ese bosque nocturno de una Grecia mítica era el
lugar donde yo quería habitar.
Desde entonces, he visitado
numerosas veces ese bosque. Sueño de una
noche de verano es, sin lugar a dudas, la obra que he visto más veces sobre
las tablas. Y dato curioso: no me cansa nunca, me emociona siempre. Se la he
visto representar al aire libre a una compañía de jóvenes estudiantes de
interpretación británicos, en los jardines de la universidad de Cambridge. Los
alumnos de la promoción precedente a la mía de la RESAD hicieron una divertida y
entusiasta adaptación con los cómicos en versión femenina. Ur Teatro revisitó
la historia con una perspectiva rompedora e iconoclasta. Pero los que más se
han acercado al bosque que atesoro en la imaginación son los miembros de una
compañía de teatro itinerante llamada Footsbarn
Travelling Theatre. Pertrechados con una carpa que montan en el sitio más
inesperado, con un trabajo corporal de tradición circense y una caracterización
de los personajes a través de máscaras, estos locos maravillosos tienen la
capacidad poética y la vis cómica necesaria para crear el más disparatado y
encantador de los sueños. De entre todas las alegrías que me deparó su versión
del clásico, me quedo con una imagen para esta colección de fotos fijas: la de
una de las hadas que abre la obra, encarnada por una actriz que caminaba de
rodillas para representar a un ser de mínima estatura y que con candorosa
concentración iba sacando setas de una cesta y plantándolas en el suelo. Bastó
ese simple gesto para que el recinto circular se transformara en un ámbito
mágico. El bosque del maestro inglés, sea quien sea, había cobrado vida.
Decididamente, este es mi recuerdo más grato de la noche de San Juan, además de
la prueba definitiva de que habito más en el reino de la literatura que en el
de la realidad.
La noche de San Juan es mágica y siempre ha estado cargada de locura. Qué bonitas experiencias. Saltar el fuego ...L
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