PRIMEROS PLANOS (V)

Si tuviera que hacer la lista de las películas más vinculadas a mi vida, sin duda incluiría esta. La lista no estaría probablemente compuesta por las obras más interesantes o las que más me han aportado, sino por aquellas que se cruzaron en mi camino en el momento justo. Yo tenía veintipocos años cuando reestrenaron en España esta cinta impactante, excesiva, visceral. La había rodado una década antes el director polaco Andrzej Zulawski y se titulaba Lo importante es amar. Es una historia de un romanticismo que tal vez resulte insoportable para quien ha dejado atrás la primera juventud; yo no lo he comprobado, porque nunca he reunido valor para volver a verla. Conservo como un tesoro la impresión que me produjo la historia de amor entre una actriz en horas bajas y un fotógrafo que trabaja para jefes nada recomendables. Traigo hoy aquí la secuencia del encuentro entre los dos protagonistas. El fotógrafo, interpretado por Fabio Testi, se ha colado en el rodaje de una película de dudosa calidad, buscando obtener imágenes escabrosas de la actriz protagonista, a la que encarna Romy Schneider. Cuando ella se percata de la presencia del intruso, interrumpe el rodaje para suplicar que no se le hagan fotos. Es un primer plano maravilloso: todo el dolor de una mujer que vive la decadencia en los terrenos personal y profesional, reflejado en uno de los rostros más bellos y expresivos de la historia del cine. El cruce de miradas de los dos personajes queda subrayado por la envolvente banda sonora del gran compositor George Delerue. Nada mejor que esta secuencia inicial intensa y desgarrada para reiniciar esta sección de primeros planos.


El director, bailarín y coreógrafo estadounidense Bob Fosse rodó en 1972 Cabaret, esa película musical que tiene la virtud de ser apreciada incluso por los que habitualmente no gustan del género. La cinta está llena de primeros planos expresivos e impactantes de sus protagonistas, en especial de Liza Minelli y de Joel Grey, el inimitable maestro de ceremonias del local de variedades en torno al cual se articula la trama. Pero he querido traer aquí una secuencia protagonizada básicamente por actores anónimos. El punto de partida no puede ser más inocente. El estudiante británico encarnado por Michael York y su aristocrático amigo Maximilian (Helmut Griem) se detienen durante una excursión por el campo a tomar algo en una posada. Es un hermoso día de sol, el ambiente es festivo y relajado. Un muchacho empieza a entonar una canción a la que poco a poco se van uniendo todos los presentes. Y es aquí donde la escena deriva hacia lo inquietante: la canción habla en tono grandilocuente sobre la patria y el deseo de conquistar el mundo y tiene un ritmo machacón, hipnótico, que va creciendo en intensidad. En sucesivos primeros planos, contemplamos los rostros exaltados de personajes del pueblo en los que van prendiendo el ardor guerrero y el fanatismo. Se levantan, cantan a voz en cuello, se unen con entusiasmo a esa ceremonia improvisada del fervor patrio. Es imposible expresar de forma más plástica y sencilla el contagio de las ideas más peligrosas. El final de la secuencia se instala ya francamente en el terreno del terror cuando el muchacho que inició la canción se cala una gorra militar y extiende su brazo en el archiconocido saludo nazi. Los dos protagonistas huyen del lugar, preguntándose sobre la auténtica dimensión de lo que acaban de contemplar. A mí esta escena me enseña más sobre el éxito de las doctrinas totalitarias que muchos libros de historia.


En 2001, el cineasta francés Jean-Pierre Jeunet dirigió una película que a mí ―y me consta que no fui la única― me hizo francamente feliz. Su título original tenía un toque fantasioso y juguetón muy acorde con el tono general de la cinta, Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, pero en español, por razones que se me escapan, la conocemos simplemente por el nombre de su protagonista, Amélie. La historia de esta singular muchacha y de su peculiar punto de vista sobre la existencia y las relaciones humanas debe sin duda gran parte de su encanto a la presencia de la actriz Audrey Tautou. La película está llena de primeros planos de su rostro pícaro e infantil, hasta el punto de que me ha sido difícil elegir uno para traerlo a esta sección. Me he quedado finalmente con esta secuencia cercana al desenlace de la película. El tema, una pelea de enamorados, no puede ser más banal y archimanido. El chico intenta ver a la chica, ella lo rechaza, intercede un mediador y ella cambia de opinión, encuentro entre ambos, beso final. Es una tarea casi imposible la de sorprender al espectador con una historia que se ha contado ya miles de veces. Pero con Jeunet los lugares comunes del cine dejan de serlo y encuentran una deliciosa plasmación visual: el deseo de la chica de tener cerca a su amado se plasma en una cortina que se mueve por motivos en principio inexplicables; la rencilla que separa a la pareja es una puerta sobre la cual se apoyan los rostros de los dos, muy próximos y sin embargo imposibilitados para juntarse; la imagen del amigo que media en el conflicto aparece en una pantalla de televisión. Hasta el comparsa felino tiene su momento de gloria en este juego de detalles sorprendente, delicado y enternecedor.


Estrafalario, provocador, hermético, elitista: al director británico Peter Greenaway se le ama o se le odia. Mi primer contacto con su cine llegó en 1982 de la mano de su segundo largometraje, El contrato del dibujante, alambicada trama de conspiración y crímenes ambientada en una mansión de la campiña inglesa a finales del siglo XVII. A mí me fascinó este cineasta distinto al que no terminaba de comprender pero cuya originalidad y poder visual me deslumbraban. No me resisto a poner completa la secuencia inicial de El contrato, a pesar de que en ella se alternan los primeros planos con los planos medios. Greenaway aprovecha los títulos de crédito para sumergirnos en el ambiente de una reunión social en la que se encuentran presentes los protagonistas de la historia cuyos hilos están empezando a entrelazarse. En solitario, a dúo o en pequeños grupos, estos personajes desgranan anécdotas malintencionadas, escatológicas, crueles. Queda en evidencia que un universo malsano y en descomposición se oculta bajo el esplendor de las ricas vestimentas y las vertiginosas pelucas. A mí esta secuencia me parece una pequeña obra de arte: la virtuosa iluminación a través de velas, la alternancia de los diálogos con las hermosas rúbricas que adornan los nombres de los personajes, y de fondo la voz del contratenor Chris Royle interpretando So when the glitt’ring Queen of Night de Henry Purcell, producen en el espectador la impresión de estar ingresando en un mundo aparte.

Comentarios

  1. Hola Beatriz, recuerdo la impresión que me produjo esta pelicula cuando la vi por primera vez. Romy Schneider me conmovió con su maravillosa interpretación. Sus ojos hablan de un dolor tan profundo,y tan universal que no hacen falta palabras para describirlo. Es una escena extraordinaria y Fabio Testi esta estupendo en todos los sentidos. ¿ Quieres creer que no se si quiero o no quiero verla otra vez ?

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    1. Yo encontré el DVD entre las ofertas de unos grandes almacenes y me lancé a comprarlo, contentísima, como si acabara de recuperar una parte importante de mi pasado. De eso hace ya más de un año. El DVD sigue en mi estantería, precintado. Revisitar territorios que en su día fueron muy intensos no me parece una buena idea. Tal vez porque uno corre el riesgo de descubrir que ha perdido algo de su capacidad para emocionarse.

      Me alegra, en cualquier caso, compartir estas impresiones -como ya nos ha ocurrido con algunas otras- contigo, Marga. Bienvenida siempre a este blog.

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