MIS FOTÓGRAFOS (IV)
El
estadounidense Steve McCurry (nacido en 1950), auténtico mago de la fotografía
en color, ha recorrido las zonas más calientes del planeta dejando testimonio
de las terribles consecuencias de la guerra sobre los seres humanos. En este
caso, explora un frente de batalla más cotidiano pero igualmente devastador, el
del hambre y la pobreza. Esta fotografía titulada Niña mendiga fue tomada en la India en 1993. Con estremecedora
clarividencia, McCurry sitúa su objetivo en un ámbito al resguardo de las
inclemencias y miserias del mundo exterior. Desde nuestra posición
privilegiada, los espectadores de esta imagen llena de sabiduría observamos el
dolor de los desfavorecidos, encarnado prodigiosamente en los ojos desmesurados
del niño que clava en nosotros la mirada y en la mano de la muchacha, apoyada
en el cristal. La violenta mancha de color del traje femenino es un aldabonazo
en nuestra conciencia. Pero no nos engañemos: los problemas son ajenos y los
vemos con un cierto desenfoque, tamizados por la cortina de agua; este coche
que nos lleva arrancará y nos conducirá lejos, dejando atrás a los dos jóvenes
mendigos, a merced de la lluvia.
El
pintor, diseñador y fotógrafo ruso Alexander Rodchenko (1891-1956) sintió la
necesidad de explorar la realidad desde puntos de vista inéditos, que
produjeran el extrañamiento del espectador. Tiende así a situar el objetivo de
su cámara en puntos elevados o muy bajos, proporcionando una visión distinta de
emplazamientos cotidianos. Una simple escalera y una mujer que la sube
acompañada de un niño y con una cesta en el brazo se convierten de la mano del
artista en una imagen de sorprendente impacto visual. Las líneas transversales
de los escalones, el juego de sombras de los peldaños, el contraste entre el
blanco y el negro, la ubicación central de las figuras humanas, producen la
impresión de un mundo estilizado y ordenado a gusto del fotógrafo. Todo es
limpio, aséptico, casi futurista, en esta escena que, tomada desde otra
perspectiva, no pasaría de tener el valor testimonial de un simple paisaje
urbano.
El
húngaro André Kertész, que es junto a Sebastiao Salgado el fotógrafo al que más
admiro, ha estado presente repetidas veces en este blog por su afición a
retratar personas sumidas en el maravilloso acto de leer. Traigo en esta
ocasión una imagen suya totalmente distinta y que está también entre mis
favoritas. Fue tomada al poco de la llegada de su autor a París, durante una
visita a otro gran talento de las artes plásticas, el pintor holandés Piet
Mondrian. En casa de Mondrian es una
fotografía de una prodigiosa elaboración bajo su aparente sencillez. Este
rincón austero, poblado de objetos sin importancia, se convierte gracias al
sabio encuadre del fotógrafo en una imagen inolvidable. El juego de las luces y
las sombras confieren a la obra un claro carácter pictórico. Los protagonistas
inanimados de la escena cobran extraordinario relieve: el sombrero colgado en
la percha, la pared de pintura deslucida, el felpudo desgastado, el humilde
jarrón que recibe el privilegio de la máxima iluminación. Todo es limpio y
ordenado en este universo cotidiano en el que predominan las líneas rectas y en
el que destaca la elegante curva del recodo de la escalera. Nada es casual ni
está fuera de sitio, como no podría ser menos en un homenaje al pintor de la
simetría y las composiciones geométricas. Este rincón reducido a las líneas
esenciales sólo podría pertenecer a la casa de Mondrian. Y sólo André Kertész
podría haberlo captado con su objetivo.
El
fotógrafo indonesio nacido en 1963 Hengki Koentjoro es autor de espectaculares
imágenes en blanco y negro en las que con frecuencia el agua desempeña un papel
fundamental. Frente a su objetivo desfilan los impresionantes paisajes de su
tierra, vertiginosas cataratas, umbrosas selvas, hermosos templos budistas,
animales de las profundidades y buceadores en plena actividad, captado todo
ello desde un punto de vista original que dota a su fotografía de un singular
atractivo. En ocasiones, sin embargo, el ojo del artista se posa también en
elementos cotidianos e insignificantes, como este muelle desvencijado que se
adentra en un mar en calma. La limpieza y esencialidad de líneas de esta imagen
proporciona a su humilde protagonista una extraordinaria trascendencia. Es
inevitable que nuestra mente eche a volar ante la contemplación de esta
precaria sucesión de maderas que se abre paso en medio de una quietud casi
sobrenatural, hacia un cielo iluminado y lleno de promesas.
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