LECTURAS DE LA PASADA PRIMAVERA (2013)
Lucas es un tipo de edad
y profesión imprecisas, con una curiosa disponibilidad horaria y un amplio
margen de maniobra para moverse de acá para allá. Es un individuo imprevisible,
capaz de bajar en pijama a la calle con la intención de hacer una rápida
incursión en la farmacia vecina y de ir luego encadenando acontecimientos
inesperados que lo sitúan finalmente en una lejana parada de autobús, esperando
con tan impropia indumentaria, pero con perfecta naturalidad, el medio de
transporte que lo deposite de nuevo en la puerta de su casa. Es también
juguetón y ciertamente gamberro: mala cosa es ir con él a un concierto y
pretender que en tan refinado ambiente se calle sus impresiones más
irreverentes y demoledoras. O verlo dirigir una conferencia a un auditorio
erudito y lleno de fervor intelectual con el que jugará hasta hacerlo
enloquecer. Con Lucas se ríe, se pasa vergüenza, se vive en perpetuo contacto
con la sorpresa. Es un cronopio, más de quince años después de la publicación
de Historias de cronopios y famas. Es
el gran Julio Cortázar, en definitiva.
Hace ya unos cuantos
años, un amigo me regaló El alienista,
obra firmada por el para mí entonces desconocido novelista e historiador
estadounidense Caleb Carr. Fue un grato descubrimiento: guardo un recuerdo
preciso del interés que suscitó en mí la trama, de la capacidad del escritor
para arrebatarme de mi puesto de lectura y arrastrarme al escenario de la
acción, el lado más oscuro, furtivo y marginal del Nueva York de finales del
siglo XIX. El alienista narraba las
peripecias de un curioso e improvisado grupo de investigadores que afrontaba el
reto de descubrir a un asesino en serie de muchachos de la vida nocturna de la
ciudad, aquellos por los que el sistema establecido jamás movería un dedo. Un
joven delincuente, un reportero de sucesos, una mujer policía y un psicólogo
aunaban sus esfuerzos y saberes –algunos muy poco convencionales- para dar caza
a tan siniestro personaje, sirviéndose de los rudimentos de una ciencia forense
todavía en mantillas. Años después de aquella inmersión en los entresijos de la
noche de Nueva York, llega a mis manos El
ángel de la oscuridad, segunda novela protagonizada por los mismos
personajes y crónica de una investigación que comienza con el secuestro de un
bebé y la misteriosa reacción de uno de sus progenitores. Apenas empezada su
lectura, ya tengo la misma sensación que la primera vez: ya estoy allí
físicamente, recorriendo las calles en compañía del joven Stevie y la
investigadora Sara Howard, en pos de
un juego de pistas y ocultamientos en el que ya me he embarcado de forma
irremediable.
En
las temporadas en que me dedico a fondo a escribir, me cuesta mucho engancharme
a la lectura. Concentrarme se convierte en una tarea con frecuencia imposible;
el pensamiento se me vuela, por más que intento evitarlo, hacia mis propias
historias. Avanzo con lentitud exasperante, y no es extraño verme releer un
pasaje una y otra vez, sin encontrarle el sentido. De ese marasmo ha venido a
sacarme esta ópera prima sorprendente, descarnada y brutal como su mismo
título: Intemperie, de Jesús
Carrasco. Cómo no despertarse y atender cuando un narrador alcanza cimas tan
altas de economía de medios y de rotundidad. Tres personajes sin nombre, un
llano torturado por la sequía y el sol y una persecución sin tregua le bastan a
este hasta hace muy poco desconocido escritor para construir una estremecedora
metáfora de la crueldad de la vida, pero también de la dignidad y el poder del
ser humano para mantenerse en pie frente a la adversidad. Esta novela posee,
entre muchas otras virtudes, el mejor párrafo final que he leído en mucho
tiempo. No lo voy a reproducir aquí: hay que llegar a él tras seguir las
evoluciones del niño y el cabrero protagonistas por un territorio asolado por
la sed, huyendo del alguacil, un villano de proporciones míticas que les sigue
los pasos. No hacerlo así sería una falta imperdonable.
Parte
importante de esa historia personal e intransferible que se produce entre un
libro y su lector es la manera en que el primero llegó a manos del segundo.
Recomendación de un amigo, un programa de radio, una portada atractiva, puro
azar. A mí me encanta recordar quién o qué fue el puente que trajo hasta mí a
autores y obras desconocidas. En el caso que me ocupa, fue el sabio consejo de
un librero. Se trata del dueño de una pequeña librería –pequeña de espacio,
aunque en su trastienda abarrotada parece albergar el universo; tal vez a ello
se deba su nombre de El Aleph-,
especializada en literatura oriental. Entré en ella en busca de un regalo y
pregunté por libros de poesía tradicional japonesa. Eficaz y discreto, el dueño
me sacó varios para que eligiera, y trajo también un pequeño volumen de color
lila que colocó frente a mis ojos, diciendo: “Este es de una autora moderna. Es precioso”. No hizo falta más. Lo
abrí, leí unos versos, lo compré. Esta autora se llama Akiko Yosano y
desarrolló su labor poética en las cuatro primeras décadas del siglo XX. Muy
joven, irrumpió en el conservador panorama social y literario japonés con un
libro sorprendente, titulado Pelo
revuelto, síntesis de la poesía tradicional y del rompedor ímpetu de una
autora destinada a saltar barreras en el terreno artístico y vital. Dejo como
ejemplo unos versos que reflejan su palabra apasionada: “hay un mar en mi pecho / que incluso para mí es desconocido; / en una
de sus rocas / se vienen a estrellar todos los barcos / y son vanas mis
lágrimas”.
Resulta
arriesgado recomendar los libros que tienen un fuerte componente
autobiográfico, ya que gran parte de su posible atractivo para el lector reside
en la identificación de este con los sentimientos y vivencias que el autor
transmite. Cuando dicha identificación se produce, el resultado es un auténtico
gozo, la sensación de estar conversando con una voz amiga que llega hasta
nosotros saltándose las barreras del espacio o del tiempo. Para mí ha sido todo
un descubrimiento –no sólo literario- el encuentro con la personalidad
apasionante del escritor rumano Mircea
Cărtărescu a través de su libro Por qué
nos gustan las mujeres. Bajo este título juguetón e intrascendente, se
oculta un repaso a las figuras femeninas que han poblado la existencia de este
hombre singular, no sólo en el terreno amoroso: una muchacha apenas vista en un
vagón de metro pero de recuerdo indeleble, sus compañeras de escuela, las
primeras novias, su madre, misteriosos personajes femeninos que han poblado sus
viajes. Estos seres de presencia fugaz o continuada en la vida de Cărtărescu son
una excusa para que este despliegue sus recuerdos, sus sensaciones, su visión
de las cosas, con una prosa evocadora y exquisita. Este escritor de
adolescencia introvertida, lector hasta la extenuación, aficionado a
coleccionar sus propios sueños y a escribir sobre ellos, fascinado por las
misteriosas conexiones que tejen los hilos de nuestra realidad cotidiana, es
para mí una voz atrayente e irresistible. Contarse entre sus amistades debe de
ser una experiencia maravillosa. Leer sus escritos, también.
Todo es un juego para los protagonistas de esta
novela: el baile, el ajedrez, el espionaje, el amor. La vida es un gran tablero
en el que cada cual despliega sus piezas y las mueve con pericia, adelantándose
a las intenciones del oponente y no siempre con limpieza. Da un poco igual si
lo que se está haciendo es seguir un complicado paso de tango o planear el robo
de unos documentos de extraordinario valor diplomático; cualquier situación se
resuelve con habilidad y falta de escrúpulos. En este duelo que abarca varias
décadas y países diferentes, se enfrentan un hombre y una mujer singulares, él
un seductor que sabe usar su atractivo para capear los temporales de la
supervivencia y ella una mujer rica que oculta mucho más de lo que sugiere su
enigmático aspecto. Ellos protagonizarán ataques y contraataques, victorias y
revanchas, llevados por las revueltas y avatares del paso de los años. La
casualidad insiste en hacerlos cruzarse una y otra vez, y nunca serán capaces
de mantenerse el uno al margen de la otra. Ella pertenece a la casta, nos dice
el autor, de las mujeres por las que se han conquistado territorios y arrasado
poblaciones a lo largo de los siglos. Él es esa clase de hombre que, cuando
atraviesa un salón concurrido, siente sobre sí las miradas de odio de la mitad
de los asistentes. La otra mitad son mujeres.
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