VOLVER A JUGAR RAYUELA
En una carta a su editor escrita en 1962, comentaba Julio Cortázar que
la que entonces era su esposa, Aurora Bernárdez, se echó a llorar cuando
terminó de leer Rayuela por primera
vez. Añadía a continuación con mucho humor que no sabía cómo tomarse semejante
reacción: también un general del ejército norteamericano prorrumpió en llanto
ante la visión de un plano dibujado por Mark Twain. Cortázar se refiere sin
duda al mapa humorístico de las fortificaciones de París que el inefable
escritor estadounidense publicó en un diario en 1870, y que iba acompañado por divertidísimos
y ambiguos elogios formulados supuestamente por grandes figuras de la política
y el ejército, del tipo: “Nunca he visto
un mapa semejante” o “ No puedo mirarlo
sin derramar lágrimas”.
Pero no. Sin duda el llanto de esta mujer que tuvo el privilegio de ser
considerada por Cortázar como la única lectora a la que iba dirigido su libro
nacía de emociones de otro signo. Puedo figurarme la conmoción que supuso para
ella leer el manuscrito original de Rayuela,
ser la primera persona en pasear los ojos sobre esta obra que pone patas
arriba el concepto de novela y el de la existencia humana en general. Hay
privilegios altísimos en las vidas de ciertas personas. Yo este me lo pido para
mi próxima reencarnación.
Leí por primera vez Rayuela con
apenas veinte años. Es el momento de las grandes revoluciones interiores, de
los libros que dejan una huella indeleble. En una ocasión leí una entrevista en
la que se les hacía a varios autores la misma pregunta: “¿Cuál es el libro que cambió su vida?” Durante unos días estuve
dándole vueltas a la cuestión; creo que incluso elaboré una pequeña lista.
Ahora veo claro que la respuesta más obvia se circunscribía al escueto título
de esta novela de nombre juguetón y largos tentáculos. Es un libro que te puede
perseguir toda la vida. A mí me persigue. Y cada vez que me encuentra, me deja
un legado diferente.
En mi primera lectura de Rayuela
me fascinó la parte titulada Del lado de
allá. O lo que es lo mismo: París. Las calles que recorren sin rumbo fijo
Horacio Oliveira y la Maga, los azarosos vericuetos que ambos trazan por
separado hasta encontrarse por casualidad, los tipos marginales que habitan
bajo los puentes del Sena, los apartamentos pequeños y ruinosos, abarrotados de
intelectuales sin oficio ni beneficio que departen interminablemente sobre el
arte, la vida y el jazz. Me sedujeron la audacia, la ruptura con el concepto
tradicional de narrativa, el descaro y la soltura para utilizar cualquier
material como parte de una novela. El voluntario alejamiento del
sentimentalismo con el que tan fácilmente engancha el autor complaciente a los
lectores bienintencionados. Cortázar me dejó claro su mensaje: con buenos
sentimientos no se hace buena literatura. Sí con valentía y con un increíble dominio del idioma.
Releo Rayuela y cobra un
extraordinario peso para mí la segunda parte, la titulada Del lado de acá. Es decir, Buenos Aires. El regreso al hogar del
maltrecho protagonista, el reencuentro con el amigo de toda la vida cuya
existencia procede a destrozar como hizo en París con aquella Maga que sabía
quererlo sin plantearse dudas metafísicas, simplemente –cosa nada simple- queriendo.
La caída en picado de Oliveira hacia la locura, su incapacidad para vivir, para
dejar vivir a los que lo rodean. Hay una imagen brutal en uno de los capítulos
finales: el protagonista atrincherado en una habitación, disponiendo
meticulosamente una serie de trampas (hilos que se entrecruzan, recipientes
llenos de agua) para recibir a su buen amigo Traveler, al que le supone
intenciones asesinas. Esta vez, la lectura de Rayuela me ha dejado un poso amargo y angustiado. Me he reído
mucho, también. Con las ocurrencias locas del protagonista, con los absurdos
textos intercalados extraídos de diarios y obras inencontrables, auténtico
muestrario de excentricidades y puntos de vista visionarios. Tal vez la madurez
consista en esto, en captar la angustia de la vida en toda su dimensión pero
ser capaz de afrontarla con una sonrisa.
Calculo yo que, si dejo pasar un número de años similar al que ha
mediado entre la primera y la segunda lectura, puedo tener tiempo de leer Rayuela una tercera vez. Ya informaré
sobre el resultado.
un mandala literario!! en este instante me acuerdo del imposible capítulo 68, me sorprende la manera de crear algo a partir de palabras inexistentes y que esas palabras puedan cobrar sentido en ese mundo...y en el mío, y quizá cree otros más dependiendo de la interpretación que le de cada lector.
ResponderEliminarHermosa entrada, como siempre.
Angélica
Ah, ese maravilloso capítulo 68 escrito en glíglico: "Apenas él le amalaba el noema..." Cada vez que lo leo, "amalar" me sorprende designando una acción diferente y "noema" se refiere a una parte distinta de la anatomía... Tengo la impresión de que existen tantos "amalar" y "noemas" como lectores.
EliminarGracias por dejar tu comentario y hasta pronto.
Soy un fan incondicional de Cortázar y me encanta releerlo y descubrir nuevas cosas suyas. Sin embargo, confieso que aún no he leído Rayuela. Pero por una razón bien simple: no me atrevo.
ResponderEliminarEs que tengo tantas ganas de leer ese libro que temo que mis expectativas superen la barrera ideal que cualquier lector debería cuidarse de cruzar antes de sumergirse en una obra desconocida para él.
Sin embargo, con tu entrada me has devuelto los ánimos y convertiré a Rayuela en mi próxima lectura, apenas termine con las que llevo. Ahí te cuento como me va.
¡Un abrazo!
Si te gusta Cortázar, debes leer "Rayuela". Y si, como es tu caso, te gusta mucho, no tienes escapatoria posible. Probablemente te desesperará a ratos, ciertos pasajes te resultarán oscurísimos, otros te sublevarán; de repente, una frase o un capítulo te sacudirán de la cabeza a los pies. Querrás arrojar el libro por la ventana y acto seguido te parecerá que sin él tu biblioteca se queda coja. Es parte del encanto. No todas las novelas son capaces de causar un tumulto semejante. Ya me contarás.
EliminarUn abrazo.
Somos cronopios Beatriz ;) aunque a veces te confieso que me siento como un cronopio solitario navegando en medio de muchas famas y esperanzas. Un abrazo. Angélica
ResponderEliminarMe encanta que me consideres incluida en el grupo de los maravillosos cronopios, Angélica, aunque a veces me siento a años luz de ellos, atada a un mundo de orden, horarios y escrupulosa atención a detalles que no importan. A raíz de tu comentario me he puesto a hojear mi edición de "Historias de cronopios y famas" y me han entrado unas tremendas ganas de releerlo... Qué estupendo es esto de contagiarse mutuamente las ganas de leer. Un abrazo.
EliminarPor fin me atreví a leer Rayuela. No entiendo qué me retenía y tuve q.ue esperar tu presentación para decidirme porque es uno de los logros de este blog: me anima y me hace desear "poseer" aquello que tú valoras tanto.
ResponderEliminarEl resultado ha sido increible. El impacto de los personajes -mehe enamorado de la Maga- y la sensación de deslizarme por la lectura. Qué gozo. Gracias por acercarme a estas obras. L
Tengo la teoría de que el mundo se divide entre los que, como tú, aman a la Maga, y los que, como yo, se miran fascinados en el espejo de Horacio Oliveira. Qué alegría me da que compartas mi entusiasmo por este libro, que es uno de los que más ha marcado mi vida. Es curioso: la lectura, que es una tarea tan solitaria, trae consigo la deliciosa necesidad de compartir.
EliminarMe has hecho volver a tener 18 años.Mientras estudiaba COU, mi profesor de literatura, enamorado de su asignatura nos encargó como trabajo la lectura de dos libros, un análisis de ellos y bueno un poco de investigación de la vida del autor, su entorno, su obra etc...
ResponderEliminarCuando llegó mayo, fecha tope para la exposición yo me presente con dos ejemplares de bolsillo de Rayuela, uno intacto y el otro separado por capítulos en el orden que Cortázar diseñó. Te aseguro que si no se hubieran visto los libros ,todo el mundo hubiera pensado en dos novelas diferentes, estar todos esos meses estudiando, disfrutando, me hizo amarla , me hizo sentir a veces profunda tristeza, me enamoré de Horacio como lo hizo Maga y se quedó dentro de mi para no escapar jamás. Que decir que en un paisaje de compañeros de clase que habían elegido letras por que " era más fácil " cuando me presenté así hubo hasta risas, pero jamás se me olvidará la mirada atenta de mi profesor, que cuando terminé, dijo que era el trabajo más bello que jamás le habían presentado, he olvidado muchas cosas no en vano han pasado más de 30 años, pero ese momento y ese profesor si que cambiaron mi vida.
Me habría encantado ver esa exposición. Es más: me habría encantado tenerte con alumna. El detalle de los dos ejemplares del libro es maravilloso... Gracias por contar este recuerdo. Comentarios como el tuyo son los que hacen que merezca la pena seguir alimentando este blog, después de casi diez años.
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