HABLANDO DE SUEÑOS
En la última reunión de nuestro club de lectores, se produjo un momento portentoso. De pronto, sin previo aviso, varios de los asistentes empezaron a relatar sus sueños. Bien es verdad que el libro que servía de base a la tertulia daba pie para ello, pero aun así fue una situación inesperada, que trajo consigo un clima de confidencia, de intimidad. Hubo quien confesó que, a pesar de ser una persona absolutamente pacífica, ha tenido épocas en que sus sueños albergaban una carga de violencia insospechada. Hubo quien nos habló de los terrores nocturnos de sus noches de infancia; hubo quien contó un sueño en el que se desahogaba de una traumática experiencia real. Me encantó oír esas intervenciones; realmente, no es algo que se produzca todos los días. La gente habla en público de sus trabajos, de sus familias, de sus recuerdos de infancia. Habla, sobre todo, de las dificultades cotidianas, de esos pequeños escollos que nos hermanan frente a la adversidad diaria: la hipoteca, el coche que se avería, el niño al que no hay forma de hacer estudiar. Rara vez se bucea en lo realmente personal, en las imágenes que pueblan lo más escondido de nuestro yo, lo más auténtico e imposible de adulterar, porque con frecuencia ni nosotros mismos conocemos su procedencia y su auténtico sentido.
Hace poco, leí en una entrevista concedida a El País por el reciente Premio Nobel de Literatura Tomas Tranströmer una frase sobre los sueños que me impresionó. Decía el poeta sueco: “Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese a una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión”. Tales palabras cobran una dimensión especial si se tienen en cuenta las circunstancias de Tranströmer, privado del habla y paralizado en la mitad derecha de su cuerpo a causa de un ictus. Pero no hace falta afrontar a diario una realidad especialmente dura para recibir como una bendición esa ventana que se abre cada noche en nuestro cerebro y que nos comunica con un mundo inexplorado en el que todo puede suceder.
Yo soy una persona que sueña mucho. O mejor diré, que se acuerda mucho de lo que sueña. Mis sueños son complejos, llenos de sucesos, de escenarios impactantes, de quiebros inesperados. Rara vez sueño con una situación intrascendente, que se pueda confundir con mi vida cotidiana. Con los años, mis sueños se han ido además poblando de referencias a la pintura, al cine, a la literatura: he contemplado imágenes que parecían cuadros de Magritte, me he visto inmersa en aventuras en blanco y negro que tenían el sabor y la textura del cine clásico, me codeo con perfecta naturalidad con personajes históricos y de ficción (ay, aquellos vuelos de infancia junto a Peter Pan, y ese duelo a espada, mucho más reciente, en el que participé en compañía de Quevedo y el capitán Alatriste…). He viajado a escenarios increíbles, he recorrido edificios y me he asomado a océanos que jamás encontraré del lado de la realidad. Porque desengañémonos: no existe en ningún rincón del Planeta Tierra un mar tan hermoso, profundo, sobrecogedor, como el de los sueños.
Muchas veces he pensado que me dedico a escribir historias porque estas vienen a buscarme en cuanto cierro los ojos; o tal vez sea al revés, y mi amor por los relatos me acompaña incluso cuando estoy dormida. Es un círculo cuyo principio no he acertado a encontrar. Durante un tiempo albergué la idea de llevar un “diario de sueños”, y de hecho tengo agendas de hace años en las que, en lugar de apuntar las citas u obligaciones de cada día, me dedicaba a relatar lo que se había pasado por mi cerebro durante las horas de sueño de cada noche. No me parece una mala idea para llevarla a la práctica en este blog, que es en definitiva otra ventana abierta hacia lo inesperado.
Una persona de enorme vitalidad a la que conocí hace años me comentó que las dos cosas que más le gustaban en el mundo eran reírse y dormir. No me parece un mal plan de vida. Realmente, la realidad sería muy gris y muy plana sin el colorido y las infinitas posibilidades que aportan los sueños. Una desilusión, como dice el poeta Tomas Tranströmer. Algo similar debía de pensar una dama del siglo XIX que dejó encargado en su testamento que grabaran las siguientes palabras sobre su tumba: “Vivió días horribles, pero sus noches fueron hermosas”. Se trata del epitafio de la abuela de Karen Blixen, la autora que ha pasado a la posteridad bajo el seudónimo de Isak Dinesen. Se conoce que la abuela de Karen supo disfrutar del gozo, la libertad y la fuente inagotable de belleza que son los sueños. Nos pasa a muchos, al parecer.
Estoy leyendo "Alguien aguarda en el sueño", y en estos días tengo doble motivo para desear que llegue la noche. Al fin llega el momento de disfrutar del momento de la lectura y soñar después. Cuando empecé a estudiar temas de prevención de riesgos laborales me enteré de algo muy interesante, se llama sueño paradójico, o fase REM de sueño. Yo creo que casi todos los que tenemos animales o hemos observado a algún amigo o familiar dormir hemos visto como en un momento dado había mucho movimiento bajo sus párpados. Pues esa es la fase REM de sueño (rapid eye movement), en la que podemos realmente descansar de todas nuestras rutinas y sinsabores y probablemente, soñarnos libres y distintos. Los sueños, locos y libres, como canta Manolo García en una de sus canciones.
ResponderEliminarPues sí, Confidente fiel: bendita locura y bendita libertad la de los sueños, que nos permiten ser lo que no somos, visitar lo que nunca tendremos a nuestro alcance y crear lo que no existe. Y lo que es más increíble, crear aquello de lo apenas podemos reconocernos como autores. ¿De dónde procede todo ese material que conforma los paisajes, los edificios, los personajes y situaciones con los que soñamos? Es como si nuestra imaginación y nuestra conciencia fueran mucho más profundas, estuvieran mucho más llenas de lo que creemos. O como si hubiera una mano externa y habilísima que se colara de vez en cuando en nuestros sueños para sembrarlos de elementos ajenos a nosotros.
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