OS PRESENTO A KATIE LEWIS
La lectora que desde hace unos días preside este blog, tumbada plácidamente frente a un libro y con un perrito enroscado a sus pies, se llama Katie Lewis y es aún más joven de lo que aparenta: tenía apenas ocho años cuando fue inmortalizada en tan serena pose. Era el año 1886 y habían pasado cuatro desde que el pintor Edward Burne-Jones, amigo íntimo de la familia Lewis, empezó este retrato, que fue modificando a medida que su modelo crecía. El resultado, una sinfonía de colores dorados y un canto al poder transportador de la lectura.
Katie era la hija pequeña del matrimonio formado por George Lewis, un abogado cotizadísimo, y su segunda esposa, Elizabeth, una dama de extraordinaria habilidad social que convirtió su mansión del 88 de Portland Place en un refugio de eminentes artistas y escritores. La pequeña Katie tenía, al parecer, un carácter fortísimo y una personalidad arrolladora. Haciendo gala de su habitual sentido del humor, Oscar Wilde, asiduo de las reuniones en casa de los Lewis, se interesa en una carta por el estado de la que no duda en calificar de “moderno Nerón”, para afirmar en seguida que, en caso de que le cambiara el carácter y se convirtiera en un ser dulce y angelical como su hermana mayor, él dejaría de adorarla. El caso fue que esta diminuta tirana tuvo una relación especialísima con el pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, que correspondió a sus constantes atenciones y regalos escribiéndole una colección de cartas ilustradas y haciéndola protagonista de este retrato. Las cartas pasaron al Museo Británico a la muerte de su destinataria, en el año 1961, y fueron editadas bajo el título de Cartas para Katie.
Katie era la hija pequeña del matrimonio formado por George Lewis, un abogado cotizadísimo, y su segunda esposa, Elizabeth, una dama de extraordinaria habilidad social que convirtió su mansión del 88 de Portland Place en un refugio de eminentes artistas y escritores. La pequeña Katie tenía, al parecer, un carácter fortísimo y una personalidad arrolladora. Haciendo gala de su habitual sentido del humor, Oscar Wilde, asiduo de las reuniones en casa de los Lewis, se interesa en una carta por el estado de la que no duda en calificar de “moderno Nerón”, para afirmar en seguida que, en caso de que le cambiara el carácter y se convirtiera en un ser dulce y angelical como su hermana mayor, él dejaría de adorarla. El caso fue que esta diminuta tirana tuvo una relación especialísima con el pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, que correspondió a sus constantes atenciones y regalos escribiéndole una colección de cartas ilustradas y haciéndola protagonista de este retrato. Las cartas pasaron al Museo Británico a la muerte de su destinataria, en el año 1961, y fueron editadas bajo el título de Cartas para Katie.
A mí me encanta imaginar los salones de los Lewis en sus momentos de mayor efervescencia, con ese constante ir y venir de literatos, músicos, actores y artistas plásticos. Entre aquellas paredes se gestaron cientos de ideas geniales: por allí desfilaron Wilde, Alma-Tadema, Sarasate, Rubinstein, Henry James, J. M. Barrie, y no me cabe duda de que sobre sus cabezas flotaban bellas imágenes, inspiradas melodías e incluso Peter Pan acompañado por el hada Campanilla. A ras de suelo ya sabemos quién estaba: la pequeña y enérgica Katie, abriéndose paso entre tanto talento y haciéndose querer.
Dos últimas precisiones: del perrito enroscado a los pies de la niña no he encontrado noticia alguna. No me atrevería a aventurar su raza, pero lo que sí sé –lo sabemos los que amamos los animales y la lectura- es la sensación de placidez que provoca leer en compañía de una mascota que dormita a nuestro lado. En cuanto al libro que la joven Katie lee con tanta avidez, contiene, al parecer, la leyenda de San Jorge y el dragón. Sería hermoso poder acercarse al lienzo para apreciar la ilustración que adorna una de las páginas, cosa harto improbable, dado que el cuadro pertenece a una colección privada. Tal vez en otra vida.
Sin asegurarlo en absoluto me parece que el perrito es un yorkshire terrier. Si lo fuera es una raza de perros de tamaño pequeño y muy cariñosos con el amo, al que les une un gran apego. Pueden llegar a ser perritos bastante consentidos, porque saben como hacerse irresistibles. Pero pese a ese aspecto angelical son terrier, tienen mucho carácter. Con lo cual y por lo que nos cuentas, Bea, el perrito y su dueña podrían tener bastantes puntos en común en cuanto a su carácter.
ResponderEliminarEstaba segura de que te encargarías del tema de la raza del perrito, Confidente fiel. Pues sí, por lo que dices, un yorkshire terrier sería el compañero ideal para esta jovencita que fascinaba a Wilde y tenía sojuzgado a Burne-Jones. Me atrevería a decir que sería su trasunto en el universo canino. Gracias por aportarnos el dato.
ResponderEliminarYo tengo una perrita yorkshire, Bea. No nos sirve mucho para el tema de las características de la raza, porque su historia es un poco particular. La recogí de la protectora de Toledo en mayo. Los veterinarios no se ponen de acuerdo con su edad, pero dicen que debe rondar los ocho años. Ya está muy recuperada de todo lo pasado pero su carácter es tímido y muy asustadizo. Su ternura y su lealtad son absolutas. Aquí está a mi lado, placidamente sentada, un ser cariñoso, inocente y dulce disfrutando de la vida. Pese a lo mimada que está, no se aprovecha. Espero que viva muchos años para poder compensarle todo lo que ha sufrido.
ResponderEliminarMe encanta que ayer vieras mi blog acompañada por tu hija y que hoy lo hagas con tu perrita a tu lado. Se amplía el círculo de seres maravillosos con los que conecto sin conocerlos en carne y hueso. Maravillas de la red.
ResponderEliminar