EL CABALLERO Y LA MAGA

El caballero Ruggiero llega a lomos de un hipogrifo a la isla dominada por la vieja hechicera Alcina, que conserva la apariencia de juventud y belleza gracias a los poderes que le ha robado al mago Merlín. Alcina se servirá de sus artes mágicas para que el fiel y devoto Ruggiero olvide a su amada Bradamante y caiga en sus brazos. Ludovico Ariosto cuenta este episodio –y otros muchos más- dentro de la compleja, fantástica y descabellada trama de su Orlando furioso, poema narrativo por el que desfilan caballeros enamorados, damas raptadas, magos y brujas, doncellas guerreras, extraños seres voladores, terribles monstruos marinos y héroes desdeñados capaces de la mayor atrocidad para desahogar sus celos. El encantado mundo de la isla de Alcina, habitada por jóvenes cuyos únicos empeños y batallas son los de amor, ha servido de inspiración a artistas posteriores: dos siglos después, los compositores Vivaldi y Haendel pusieron música a este episodio en sendas óperas, Orlando furioso y Alcina. Ya en el XIX, el genial Gustavo Doré animó con sus vibrantes grabados a los personajes de Ariosto, y representó entre otros al heroico Ruggiero volando sobre su hipogrifo.

Traigo hoy aquí esta historia del caballero que olvidó a su dama por las malas artes de una maga porque ayer tuve la suerte de asistir en el Auditorio Nacional a la representación de Orlando furioso, la ópera de Vivaldi compuesta en 1727 y cuyo libreto recrea algunos pasajes del poema de Ariosto. Confieso que cuando leí en el programa la complicadísima trama de encuentros y desencuentros amorosos, me sonreí condescendiente e incluso me permití un comentario sobre lo mal que resisten el paso del tiempo ciertas obras literarias. Craso error. En cuanto empezaron a sonar las notas de Vivaldi, me sentí transportada a la isla de Alcina y creí descubrir tras cada árbol, en cada fuente, al fondo de cada gruta, los diálogos furtivos, los encendidos monólogos, los lamentos desesperados de ese grupo de doncellas y caballeros condenados a amar a quien no les corresponde. Hay un momento casi sobrenatural al final del acto I, cuando Ruggiero cae víctima del hechizo de Alcina y le confiesa su amor, repentinamente olvidado de su amada Bradamante. He querido traerlo aquí: es el aria titulada Sol da te, mio dolce amore, que he conseguido en la interpretación del contratenor francés Philippe Jaroussky. Os aseguro que ayer, cuando comenzaron las primeras notas de la flauta travesera, tuve la impresión de que el auditorio entero contenía la respiración. No sé si creer en los poderes mágicos de la hechicera Alcina; la que no me cabe duda de que los tiene es la música de Vivaldi.

Comentarios

  1. Hola Beatriz, buscando alguna critica a la representación del Domingo, me encuentro con tu blog. Yo también asisti a la función y coincido contigo que fue maravillosa; la orquesta excelente, la dirección perfecta y los cantantes estubierón también a la altura. Lastima que no fuera escenificada, pero hacia tiempo que no disfrutaba tanto de una opera y soy abonado de Teatro Real.

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  2. Hola, Josecar. Me encanta establecer contacto con un aficionado a la música, tema que hasta ahora no había tocado en este blog. Yo no soy tan entendida como tú, pero realmente disfruté el pasado domingo con la música de Vivaldi y los personajes de Ariosto. Como ya he comentado en la entrada, el aria de Ruggiero me pareció de los momentos musicales más emocionantes que he tenido la suerte de presenciar. Y aunque la ópera no estuviera escenificada, en mi opinión los intérpretes derrochaban gracia y expresividad. Gracias por tu comentario y bienvenido.

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