DÓNDE ESTÁBAMOS HACE DIEZ AÑOS
Por más que me repita a mí misma que es inmoral esta sobrevaloración de las catástrofes del Primer Mundo y que las tragedias calladas, diarias, repetidas, de otros puntos menos afortunados del planeta merecen idéntica atención; por más que insista en que no hay muertos ni víctimas ni dramas personales ni pérdidas que pesen más que otras, tengo que rendirme a la evidencia: recuerdo con singular precisión dónde estaba, en compañía de quién, e incluso lo que estaba comiendo, mientras un silencioso televisor de un restaurante mostraba las inquietantes imágenes de unos edificios en llamas, hace hoy exactamente diez años. Solo tiene para mí idéntica fijeza en el recuerdo otro hecho abominable y mucho más cercano en el espacio, del que se cumplirán ocho años el próximo 11 de marzo.
Con todo, nunca habría escrito esta entrada de no haberme encontrado ayer, mientras buscaba por la web imágenes relacionadas con la lectura, con esta singular visión de las Torres Gemelas captada en 1972 por la cámara de uno de mis fotógrafos favoritos, André Kertész. La casualidad y la coincidencia de las fechas me han empujado a escribir estas líneas y también, es inevitable, a poner en marcha la maquinaria del recuerdo. La fotografía, creo yo, no necesita comentario: es fruto de la capacidad de un mago de la imagen para hacer diferente la archiconocida silueta de uno de los edificios más fotografiados del mundo. El cristal con las gotas de lluvia, la coincidencia en la perspectiva con estructuras más antiguas y tradicionales, los últimos pisos perdidos en la niebla: lo antiguo y lo nuevo superpuestos, y una insinuación de que todo, en definitiva, se desvanece.
La maquinaria del recuerdo produce asociaciones sorprendentes y dolorosas. Qué trascendencia alcanzan un simple plato de comida, una conversación banal, un mantel, los movimientos de una camarera, cuando todo ese mundo cotidiano entra en colisión con una tragedia desproporcionada, incomprensible. Os invito a hacer la prueba: recordad la sala en que veíais la televisión en aquel momento, el ruido de niños o adultos que hubo que acallar con brusquedad, las preocupaciones que ese día os habían rondado la cabeza, las leves molestias físicas que os tenían de mal humor, el problema con algún electrodoméstico, la impertinencia de un vecino, la hipoteca. De repente, irrumpe en nuestra rutina la conciencia del brutal sufrimiento de un colectivo humano y todo eso se vuelve diminuto, insignificante, pero a la vez adquiere la relevancia de lo que se queda grabado a fuego en nuestro cerebro, para siempre. Tal vez el 11 de septiembre de 2001, a las 14:46, hora española, estábamos en compañía de alguien con quien hemos roto toda relación, pero que en estos momentos, estoy segura, estará también acordándose de nosotros.
Sí, recuerdo perfectamente el momento, dónde estab y cómo me sentí. Pero tu reflexión me ha recordado la otra tragedia, la que vivimos todos aquí. Recuerdo que iba hacia el Instituto y encontré un atasco terrible por el control de carretera que habían puesto en Navalcarnero. En un momento coincidí en el coche de al lado con Maite P. y me contó lo que pasaba (yo iba escuchando música). Recuerdo la manifestación bajo la lluvia y recuerdo que, al día siguiente, mientras compraba el embutido se me saltaban las lágrimas y el señor que me atendía me dijo: Está usted muy triste. Vuelvo a pensar que se debía poder dar marcha atrás al tiempo, evitar el momento destructor. En Superman se podía. Lola
ResponderEliminarYo también tengo grabados los recuerdos de aquella jornada terrible. Cuando llegué esa mañana al instituto no sabía nada aún; un compañero de departamento comentó con preocupación las confusas noticias que se tenían sobre un atentado en Atocha. Me metí en clase y, al terminar la primera hora, volví a entrar en el departamento y me encontré a otra compañera allí sentada, paralizada, incapaz de moverse. Le pregunté qué le ocurría y me dio la escalofriante cifra de muertos que estaban difundiendo los medios de comunicación. Me di cuenta de que, mientras explicaba y corregía ejercicios y reñía tal vez a algún chiquillo charlatán, aquella desgracia había alcanzado dimensiones catastróficas.Aquellos minutos que apenas habían dejado huella en mí suponían un cambio radical en la vida de muchísimas personas, que no volvería a ser la misma jamás.
ResponderEliminarYo aquel día 11 de septiembre estaba de vacaciones, me toca ese año, ese mes. Nos disponíamos a comer y cómo en casi todas las casas la TV estaba puesta, creo recordar que casi no probamos la comida, que estuvimos atentos a la pantalla, sin poder creer lo que pasaba. El telediario fue eterno, el silencio de la calle se podía palpar...Hablé con mis hijos, ninguno estaba a nuestro lado. Enseguida pusimos la radio y escuchábamos y veíamos sin apenas poder hablar...Fue el mayor zarpazo mundial y en directo de una acción que parecía de película...
ResponderEliminarBeatriz:
Quiero si me lo permites dar las gracias a Lola S.desde aquí, yo no suelo contestar en mi blog, se que os conocéis, nosotras nos conocemos de Cabo de Palos, cuando nos vemos hablamos de lecturas...
Lola:
Gracias por asomarte a mi ventana, tus comentarios me llegan muy certeros. Me gusta, que te guste lo que hago.
¡Cuánto siento no habernos intercambiado el
correo!
Gracias y besicos ya desde la urbe, pero siempre asomada a esa ventana que me comunica con vosotr@s y el mar...
Me encanta, Cabopá, que este rinconcito mío sirva para propiciar reencuentros. Era una de mis intenciones al crearlo: tender lazos entre personas separadas físicamente y unidas por intereses comunes. Un beso desde esta gran urbe. Espero que sigas asomada a esa ventana virtual que nos pone en contacto.
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