LOS CUADROS DE FEBRERO
Mujer con flores, de la pintora estadounidense Romaine Brooks (1874-1970). Una mujer misteriosa parece extender la primavera a su paso por un paisaje de cuento. Un camino sinuoso que se escapa de la vista del espectador, un árbol delicadamente perfilado, un cervatillo blanco que huye. Como todos los cuadros que no se terminan de comprender, nunca se termina de verlo del todo.
Hay cuadros que me gustan ya desde el título: El cuento de un enanito, del pintor alemán Paul Klee (1879–1940). Las formas entrelazadas, las estrellas y las flores, las criaturas que se camuflan, el gesto asombrado del lobo, las caras de gigantes que se trasforman en cabezas de gnomos, me devuelven directa a mis primeros años. Todo ello enmarcado en un círculo cerrado, envolvente, como el mundo de la infancia o el de los sueños.
Una doble pirueta de artista virtuoso: los modelos representados en el lienzo, las sombras de los personajes proyectadas sobre la pared. El reflejo de un reflejo. Ante semejante malabarismo, uno pierde de vista el motivo humano del cuadro; las sombras se vuelven las protagonistas. Pero si conseguimos apartar los ojos de ellas, descubriremos un misterio: ¿Qué problema agobia a esta pareja? ¿Qué causa la expresión compungida, casi perruna, del hombre? ¿Y el desvío de los ojos de ella? El título no nos ayuda; al autor le interesa más el deslumbrante juego de luces: Sombras marcadas, de Emile Friant (1863–1932).
El otro día, viendo la televisión, de repente me encontré en la pantalla con el cuadro de Chardin que pusiste. Lo mostraron en un primer plano, hay una exposición sobre él, y me emocionó. Yo no lo conocía, me lo acercaste en tu blog. Gracias. No es fácil para mi descubrir algunos pintores.
ResponderEliminarSi conocía el de Friant, de una exposición que vi por casualidad sobre "La sombra". Qué curiosos son los recursos que utilizan los artistas para expresarse. Cómo me gustaría poder tener alguno de esos recursos.
“El niño de la peonza” de Chardin es un cuadro que tengo la impresión de conocer de toda la vida; tal vez lo haya llegado a ver en el Louvre, que es su ubicación habitual, pero el caso es que lo descubrí realmente hace poco tiempo, en una exposición de retratos creo que de la Fundación Mapfre. Estaba yo junto al mostrador de la entrada, supongo que cogiendo un folleto del expositor, cuando de reojo algo me llamó la atención y me volví hacia el arco que daba acceso a la sala: justo en la pared de enfrente estaba el niño de Chardin, pulcro y bien peinado, con esa mirada en la que se concentra la curiosidad infantil de entonces y de todos los tiempos. Sentí una emoción inesperada y le dije a mi acompañante: “Mira quién está ahí”, como si se tratara del reencuentro con un viejo conocido. A veces, un cuadro hay que verlo en el momento adecuado para llegar a apreciarlo del todo.
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